miércoles, 24 de julio de 2013

El destino de los ñus

En un rincón de la sabana permanecen tranquilos y estáticos millones de ñus, paciendo pacientes mientras haya algo que triscar bajo el sol que más calienta.
Millones de puntos rumiantes que en su indolente caminar dibujan enigmáticos símbolos sólo comprensibles a vista de pájaro, hasta que un ñu aspira hondo, hincha el pecho, levanta la testuz, otea el horizonte como si tuviese una visión o un sueño y se erige en líder, determinando la localización exacta donde se sitúa el destino de los suyos. Inspira, bufa y muge provocando a los congéneres más próximos, que a su vez levantan la testuz y mugen en una reacción propia de las fichas del domino, que pone en marcha la migración más espectacular del planeta: la estampida levanta una nube de polvo visible desde la luna y hace temblar la tierra.
Lo que fue quietud es vertiginoso movimiento y ansias de llegar a los verdes pastos prometidos. Millones siguiendo el sueño de un ñu, que dejará a cientos, miles en el camino, para alimentar al delicado ecosistema, a las leyes del mercado o de la selva, son daños colaterales que nutren al Serengueti.
Y una vez llegados al otro lado, en la tierra donde vuelven a haber brotes verdes, los ñus olvidan. No valoran el alto importe de la factura, no la comparan con la de años anteriores, no se cuestionan si cerca hay prados mejores o existía un camino más corto o menos penoso para llegar.
Después de la loca carrera, donde se han jugado la piel azuzados por el miedo, vuelve la quietud: pacer pacientes mientras haya algo que triscar, bajo el sol que más calienta.
Y justo antes de ponerse nuevamente en marcha no sabrán recordar si siguen al mismo líder que les llevará por el mismo abismo o a distinto perro con el mismo collar.

Así mismo, nosotros, los pacientes peatones seguimos a nuestro ñu, votamos a ciegas creyendo en falsos cantos electorales y repetimos nuestros errores como amnésicos cada cuatro años, sin contar los engaños, sin contabilizar el dinero trasferido desde nuestros derechos a sus cuentas corrientes poco frecuentes, sin exigirles responsabilidades por los daños colaterales, por los digeridos por los caimanes, por los peatones anónimos que fueron pasto o abono para que sigue floreciendo este sistema de selva, sin haber analizado cual es el trazado del camino menos pesado para nuestros cuerpos trabajados.
Mientras tanto nuestros líderes, para despistarnos, se cambian de chaqueta y mudan de palabras esperando que el temporal amaine, conscientes que los problemas se solucionan solos, sin hacer nada, por agotamiento, porque no hay mal que cien años dure y el olvido todo lo cura. Agazapados esperan sacudiéndose las culpas como pulgas, esperando que vuelvan a crecer los verdes pastos que amansan a los peatones pacientes para sacar pecho, levantar la testuz y mugir al rebaño indolente.