sábado, 27 de junio de 2009

Esto si se enfría no vale nada

Otra vez, estás llegando tarde y ésto si se enfría no vale nada. Todo se pega. Se me pasa el arroz. Menos mal que estoy socarrat y pegado a los huesos de la sartén me guardo lo más sabroso. Que disgusto te vas a llevar cuando sepas, tras conocerme, que existe un mundo diferente donde nos reímos de las locuras de la gente. Me empeñaré en envejecer como el rioja, en brotar todos los inviernos, porque cada vez que voy a menos, tu me ignoras más.
Me reengancharé de nuevo a la legión extranjera para defender la frontera entre el bien y el mal, para ver nacer las puestas de sol y resguardar el horizonte. Madrugaré todas las mañanas, para amasar los recuerdos y garantizar que sobre la mesa haya siempre pan caliente con el que poder mojar en todas las salsas. Seguiré bailando por las calles de vuelta a casa, cuando crea que no me ve nadie, para que sigáis cuestionando mi cordura.
Resguardaré de los intereses de las multinacionales mi mirada silvestre, no venderé mis tambores, bailaré siempre entre las flores. Continuaré piropeando a todas y cada una de las mujeres que sonríen a granel. Caminaré hacia atrás para, sin que nadie se de cuenta, avanzar una pantalla más, hacia el record mundial y conseguir encajar todas las piezas que caen dentro de mis ojos en este puñetero tetris que rellena mi cerebro.
Compondré nuevas canciones para el verano y olvidaré los tangos y los boleros que he cantado ya. Y seguiré haciendo lo mismo, experimentando hasta el borde del abismo, porque me gusta, porque me divierte, porque es el plato que cocino mejor.
Perderé con elegancia todos los combates, pero no tiraré los guantes. Me sacudiré el miedo y volveré a la arena. Como siempre, lleno deudas, lleno de dudas volveré al ruedo, me arrimaré al toro y dejaré que laman mi cuerpo sólo para saber a que sabe.
Regresaré a la pista a trabajar sin red para dejarme querer, volar por volar, sin respetar la ley de la gravitación universal. Silbaré a veneno en la cola del pan: “Si tu no te das cuenta de ná, el mundo es una tontería, si vas dejando que se escapé lo que más querías”. Me entretendré jugando en las calles y llegaré tarde una vez más, porque esto si se nos enfría no vale pa’ná.

domingo, 21 de junio de 2009

Terrats

Ara ja fa dies que no venen somriures, que no sento els riures. Però, aquí damunt la teulada, a sa horabaixa, ronronea suau i se refrega contra sas meues galtes sa brisa. El terra desvastellat del terrat, d’aquest edifici que es cau de pur ruïnós, fa coll avall, i t’aboca, i t’obliga, en oblit del teu vertigen, a l’horitzó, i de retruc a mirar cap el futur.
Un cel tantes vegades blau, malva o lila al iniciar-se el vespre, avui fa verd a les hores que les copes de vi surten per anar a sopar. Sacsejo les fulles dels diferents enciams per a que s’impregnen de modena i es barregen els colors, els sabors i les textures.
Els avions o, potser, les orenetes fan ziga-zagues esquivant les antenes en una persecució infinita, unes al rebuf de les altres, avançant-se a la sortida de les corbes com si fossin Valentino Rossi.
Son vespres d’estiu, s’acabarà en quatre dies el curs, els profes tindran vacances i mentre naltres els envegem, els senten el desassossec de no saber que fotre amb tant de temps, amb tanta solitud fins al setembre.
I aquí en la quietud de l’inesperat apat compartit en casa aliena, sobre la ciutat on bullen els drames, la tranquil·litat ens obliga a somriure i l’ànim a creure.
Tots els presents em perdut la última combinació premiada de la loteria primitiva, i encara ens llepem la ferida. Tots els presents som ludòpates de la vida, i ens gastarem la última moneda de la butxaca en la pròxima partida. Ningú renuncia a sa utopia xiquita.
Fotografia: Alicia Santos

miércoles, 17 de junio de 2009

El perverso efecto riqueza

Decía el filósofo: “conócete a ti mismo”. Decía el refraner català “no estiris més el braç que la maniga” Decía el poeta francés del XIX Charles Augustin Sainte-Beuve: “El que abusa de un líquido no se mantiene mucho sólido”. Y no los escuchamos. No quisimos escuchar porque tapaban nuestros oídos los seductores cantos de sirenas que nos prometían que siempre seríamos felices y comeríamos perdices. La culpa fue del perverso efecto riqueza.
La caída de los tipos de interés y el crédito a go-gó que permitieron los bancos en su encarnizada competencia por incrementar sus balances, impulsó el precio de la vivienda hasta el infinito y más allá. Los propietarios nos cegamos por el brillo de un futuro sin límite. Nos habíamos vuelto ricos, sin comerlo ni beberlo, simplemente porque nuestro piso que hace unos años había costado 100, ahora valía 300 o más. Muchos cambiaron de vivienda o compraron otra. Los pocos que no compraron fueron sospechosos de estupidez. Muchos otros, comenzaron a comportarse como lo habían hecho siempre los anglosajones, y solicitaron ampliaciones del capital pendiente de amortización de sus créditos hipotecarios, que los directores de los bancos concedían en un santiamén con un extraño brillo en sus ojos. Se podía tirar de la hipoteca para comprar un coche, poner un negocio, pagar las vacaciones o pasar por el cirujano plástico para adecuar nuestro look a la bonanza. Confiamos en que las más bajas cuotas hipotecarias de la historia que pagábamos cada mes, iban a mantenerse congeladas ad eternum, y nos atrevimos con una hipoteca cada vez más grande.
Con los salarios igual de bajos que siempre, los españolitos consumimos más que nunca. El aumento del consumo se tradujo en mayor crecimiento económico y más empleo, pero también en un fuerte incremento del endeudamiento de las empresas y los particulares. El ritmo de nuestras vidas se aceleraba. Nos gastábamos el pasado (los ahorros), el presente (los salarios) y el futuro (los créditos) en una fuerte apuesta por el ahora o nunca. Y comenzamos a inflar la burbuja especulativa. Sobrevaloramos nuestras capacidades. Las entidades financieras nos dieron créditos por el 120% del valor del inmueble que adquiríamos o teníamos. Los bancos dieron créditos a las empresas con garantía a unos suelos no finalísticos por el 1000% del su valor real. Fue un salto mortal sin red.
Abusamos de nuestra liquidez y nuestra economía dejo de ser sólida. Los precios de las casas sobrepasaron la frontera de lo posible. Los tipos de interés se volvieron más antipáticos. El grueso gris de la demanda de vivienda no pudo comprar más, porque con los precios por las nubes ni las hipotecas a 50 años hacían viables las compras. Las viviendas sin vender se fueron acumulando a escondidas de todos hasta que llegaron al millón y dejaron de ser invisibles bajo la alfombra. Los precios de las viviendas, para sorpresa de todos, se aficionaron a la caída libre. Un buen número de hogares sobreendeudados se vieron abocados a la quiebra técnica, porque el valor de su casa ahora es inferior al de la deuda contraída para financiarla. Las hipotecas se volvieron imposibles de pagar, pero la garantía es personal, y devolver el piso no nos exhonera de la deuda. ¡Menuda sorpresa! Las familias se ataron los machos. Se cerró el grifo del gasto. El consumo se redujo a la mínima expresión. Llego la cuaresma. Se incrementó el paro.
Y ahora, estamos locos: la gente reza, los políticos buscan brotes verdes como si fueran tréboles de 4 hojas y todavía hay quien aún confían en el sector inmobiliario la recuperación de nuestra economía. No se extinguirán los dinosaurios.
Ilustración: Magritte, La poitrine

martes, 9 de junio de 2009

Ofertas contra la crisis

Miles de ofertas en los escaparates nos incitan a consumir mucho antes de que se abra la veda de las rebajas, las promociones nos prometen viajes low cost y hoteles baratos tan lejos como podamos llegar, cae el índice de precios al consumo por primera vez en nuestra historia moderna, los bares contraatacan y para evitar las mesas vacías el quinto menú de la semana corre a cuenta de la casa, los precios de los pisos a pesar de las amenazas de excomunión caen a plomo, poniendo a rezar a todos los hipotecados como buenos cristianos, y nadie sonrie porque el miedo se ha instalado en sus bolsillos vacíos.
Los políticos, uno tras otros, comparecen en televisión prometiendo brotes verdes abriéndose paso como héroes en estas tierras yermas. Nadie se cree tanta mentira. No sopla el viento. Hay calma chicha. Y todos los videntes apuestan por, al menos, dos años más de vacas flacas. Y mientras tanto, la Unión Europea, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional nos miran y se echan a llorar, porque somos el enfermo más grave, el alumno más débil y miramos para otro lado.
Vendrán tiempos más malos: la tasa de desempleo se multiplicará a la salida del verano, cuando la hostelería pliegue velas por temporada baja, la cola del paro serpenteara cuesta arriba, las hipotecas no se podrán pagar, los inmigrantes no tendrán otro remedio que dormir en las calles de la ciudad, la violencia se incrementará, caerán primero los contractos basura, pero todos se encomendaran a los santos más milagreros para quedarse igual. Ahora ya, paseando por las calles, se palpa la tensión. Ahora ya, parado en silencio, se escucha como crujen las vigas podridas que soportaron nuestro castillo de naipes.
La tasa de paro, del 20%, es la más alta de Europa y sigue creciendo. La deuda acumulada en los tiempos de euforia equivale a 18.000 euros por persona. Los empresarios piden a las familias que se recorten los salarios y consecuentemente devolver los créditos se torna imposible. Los empresarios nos piden comprar más, olvidaos de las marcas blancas, pero multiplican los expedientes de reducción de empleo. La carga hipotecaria en España es del 70% del PIB, cuando la media europea es del 40%. El coste de acceso a una vivienda protegida en España para un joven es equivalente a 20 años de su salario íntegro, pero nos ruegan que compremos pisos para mover el motor de nuestra economia.
Nos han exprimido hasta la última gota, cobrando los salarios más bajos de la Europa de los 15, cobrándonos desde los tomates a las casas como si fuéramos turistas que no íbamos a volver otra vez aquí para volver a consumir. Nos depredaron como si nos fuésemos a extinguir. Nos dijeron no estudies que en la obra se gana buen dinero. Nos quedamos sin ingenieros. Nos obligaron, no, nos alentaron a endeudarnos hasta las cejas porque todo iría siempre bien. Cargamos la visa y reventamos la tarjeta de Elcorteingles. Trabajamos para no llegar a fin de mes. Y ahora debemos más dinero que el sueldo que ganaríamos los próximos 5 años, si trabajásemos, ahora que nos quedamos sin empleo.
Y ahora tenemos miedo. Tenemos miedo del hambre de los que están peor que nosotros. Los miramos con odio y votamos a la derecha. Menudo remedio. La misma gente que nos exprime, nos explota, nos atocina, nos ignora.
Cuando tengas hambre, por amor de dios, no mires abajo. Cuando la desesperación te vuelva salvaje, levanta orgulloso la cabeza, mira a los barrios altos, encamínate hacia el norte de la Diagonal, a Sarria o a Pedralbes. Apedrea sus casas, destroza sus coches y comete un par de ricos, siempre están gordos y tiernos, siempre están rellenos de euros.

domingo, 7 de junio de 2009

Buzo en días secos

Aún brille el sol, plena la primavera. Aún el cielo azul, y marina la arena. Aquí cobijado, la atmósfera es plomo y gris. La niebla, densa. El aire, cargado de zozobra. Y buzo soy de estos días secos. La escafandra cerca mis malas ideas y las acorrala junto a mí. Los plomos que calzan mis píes lastran mis torpes pasos, recaigo y no avanzo.
Hay días que sólo me sostiene la lectura. Sumergido en ficciones ajenas sepulto mi tiempo. Página tras página postergo las decisiones que algún día debería tomar. Párrafo tras párrafo eludo mi soledad. Soledad de terribles dentelladas.
Pero hay días que nada me sostiene, pues las palabras escritas se enturbian, mis lágrimas emborronan las letras, ciegan mis ojos ante el avance irremediable de mis miedos. Es el pavor a la soledad, irracional y atávico. Y resuenan las preguntas de las que siempre me evado. ¿Por qué he llegado hasta aquí? ¿Por qué ahora estoy sólo? ¿Por qué me siento sólo? ¿Qué hice mal? ¿Qué cuidados desatiendo?
Y desde ese preciso momento, en que se abre la caja de los truenos, soporto la rabia acumulada de un púgil, que con una sabía y contundente combinación de golpes, me va castigando. Debe ser el niño que deje de ser, quien ahora calza estos guantes que me laceran. Tantas cosas le prometí y deje sin hacer, que le desborda la rabia.
Y realmente todo este sufrimiento es en vano: cuando me adentro en mis tinieblas, ninguna respuesta encuentro. Sumergido en mi denso y fangoso dolor, no avanzo. Puedo hurgarme la herida tanto como pueda soportar apretando los dientes. Puedo aquí instalarme, nada cambia. De todas formas aunque me devano los sesos intentando encontrar un motivo: No sé por qué caigo en este agujero. Sólo sé que con hambre insaciable siempre me aguarda, dispuesto a deglutirme. Sólo sé que volveré a caer. Sólo sé que igual que desconozco el camino de entrada, ignoro donde queda la salida. Y sólo me esperanza la certeza de saber que no permaneceré mucho tiempo en esta botella varada en medio de la nada, pues hay una especie de principio de Arquímedes que me obliga a flotar, a fluir y a remar contracorriente en busca de los rápidos de aguas cristalinas donde eligen morir los salmones.
Ilustración: Shaun Tan