martes, 17 de noviembre de 2015

A propósito de París

Con el máximo respeto hacia las vidas que han sido violentamente sesgadas y con la más profunda solidaridad hacia los que se encuentran perdidos ante su falta, debo decir que, una vez tras otra, después de una tragedia de esta magnitud, mientras que los peatones temblamos ante el shock apresados por el miedo, los políticos llenan la escena de gestos y discursos grandilocuentes e incrementan, como es necesario, la presión policial; pero nada más. Lamentablemente se ha demostrado que el postureo y la reacción policial no garantizan la seguridad ante un enemigo tan difuso, por lo que sólo nos queda esperar resignadamente para conocer cuando y donde impactará el nuevo golpe del terror, ya que se ha descartado actuar contra las raíces del problema. ¿Por qué no se asfixia económicamente la financiación de las redes terroristas? Todo los servicios de seguridad del mundo saben cómo se financian: el tráfico de drogas, el tráfico de seres humanos, el tráfico de armas y la financiación oportunista de gobiernos interesados se conduce a través de paraísos fiscales, que algunas veces están muy próximos a los lugares que lloran los atentados. ¿Por qué no se prohíbe la venta de armamento a todos los países que tienen regímenes dictatoriales o están en conflicto? ¿Por qué se financian grupos de dudosa intención con el objeto de desestabilizar gobiernos que no son simpáticos con los intereses comerciales de occidente, oriente o poniente? ¿Por qué no se actúa decididamente para construir un futuro para el continente africano en vez de actuar sobre él como si fuera un tablero de risk? ¿Por qué no se invierte decididamente en el futuro de los jóvenes de los barrios periféricos de las ciudades europeas, fortaleciendo los servicios públicos y redistribuyendo riqueza y trabajo? Debemos hacer un esfuerzo ante el dolor y la rabia que nos invade, e incluso en estos momentos de pánico que nos invade considerar que el joven que se inmola haciendo estallar un cinturón de explosivos no puede ser nuestro enemigo, pues en su desesperación se ha cosificado, perdiendo su humanidad, convirtiéndose en simple dron con patas manipulado a distancia. Es evidente que existen élites cuyos beneficios están garantizados en estas aguas revueltas y que posiblemente verían disminuir la rentabilidad anual de sus caudales, si desaparecieran los paraísos fiscales, se estableciera un control al tráfico de capitales y/o se eliminaran los negocios oscuros de la economía criminal. Unas elites que se consideran intocables viviendo en ghetos de lujo blindados, pueden permitirse descontarse los efectos de los atentados, tanto su coste en número de peatones derribados, como las indemnizaciones que han de pagar sus aseguradoras. Élites que además intentarán desviar la atención de los peatones encabritados después de cada doloroso impacto del terror desde el meollo de la cuestión hacia temas circunstanciales, sin el menor reparo en victimizar a las víctimas, colando en el discurso de forma gratuita la sospecha contra los refugiados que huyen del terror que ellos permiten. Lo que hace necesario volver a recordar que las miles de familias que acceden a Europa en busca de asilo, así como las miles de familias que languidecen estabulados en campos de refugiados en los países del tercer mundo de las áreas en conflicto, como los cientos de personas que mueren en el intento de llegar de un sitio a otro no son ni los culpables, ni los terroristas, sino las víctimas. Personas sencillas a las que se les ha negado la posibilidad de tener una vida vulgar: de casa a la escuela, de la escuela al trabajo, del trabajo a casa y de tanto en tanto una alegría que recordar. Nada más. Je suis París.