miércoles, 23 de diciembre de 2009

Nadala 2010

Como viene siendo mi costumbre, justo antes de que se nos agote el año, reservo con celo, a pesar de las prisas que impone esta vertiginosa cuenta atrás, cinco minutos de paz desde donde desearte un montón de parabienes para el Año Nuevo que está a punto de comenzar.
Te deseo, en abundancia, todas esas pequeñas maravillas gratis que debemos de rescatar de entre las cosas que ya nadie tiende a apreciar:
paz, amor, tranquilidad, alegría y rauxa para levantar los días de crisis que vamos atravesar.
Y en especial este año te deseo para toda la década que viene:
Que sobre ti se acumule el tiempo,
y te revista de una patina de recuerdos que jamás puedas olvidar.

Que en los años de sequía, nos desborden las pasiones,
que en los años de crisis, nos despierte la imaginación,
que cuando estallen las burbujas, los niños sonrían de ilusión.

Que fuera de las películas, también pierdan los malos,
que para la justicia todos los gatos sean pardos,
que nuestros niños detengan el cambio climático.

Que nos quejemos por vicio,
que santarita nos deje como estábamos,
que todos los cambios sean para mucho mejor.

Que tras beber de la fuente, no se nos rompan los cántaros,
que en la nevera siempre quedé un poco de calor,
que nos encuentre quien nunca nos perdió.

Que nuestro equipo siempre marque gol, aún jugando al mus,
que despierten los piropos cuando oigan nuestros pasos,
que nos lluevan los aplausos.

Que nos pasemos todo el tiempo jugando, que nos lo tomemos en serio.
Que estemos siempre donde queramos, sin tener miedo a movernos.
Que abusemos más de nuestros amigos,
que nos veamos todas las tardes en los bares

Que nos usen y nos amen.


lunes, 14 de diciembre de 2009

Constipados o el equivocado frío de ayer

Ayer, con unos días de antelación sobre el calendario previsto, se inauguró el invierno. Cayeron las temperaturas en picado, con prisa y con saña, como si quisieran pillar a nuestros abuelos despistados o destapados para llevárselos hacia otro lado.
Ayer, mientras guardaba mis manos en los bolsillos, me ajustaba la solapa de la chaqueta y me arrebujaba en mi abrigo, la vi mirarme como pocas veces nos miran. Me miró a los ojos y no tuve más remedio que decirle: Equivócate conmigo. Y me sonrió, como toda respuesta.
Ayer, los dos ya sabíamos que el amor es efímero, que el amor es un complicado mecanismo en difícil equilibrio. Éramos conscientes de que éramos unos perfectos desconocidos, desconocidos perfectos.
Ayer ya sabíamos que las probabilidades de que fuéramos sencillamente compatibles tendían a cero.
Pero, ayer, ella decidió equivocarse conmigo. Yo no era ni mucho menos su tipo: tan serio. Ella no era ni mucho menos lo que yo andaba buscando: tan etérea. Pero aún así, ayer nos mantuvimos firmes en nuestro equívoco, en una perfecta demostración de cabezonería. Y recorrimos un largo trecho de la mano, equivocados, como todo en este mundo patas arriba, pero felices.
Pero al final, como no podía ser de otra manera, la vida nos sacó de nuestra equivocación. Y ella, aprovechando una racha de aire frío escapó por alguna rendija de mi corazón, para en poco tiempo encadenar una larga racha de aciertos, que le llevo hacia donde siempre hace calor.
Hoy, como tanto me insiste el frío, en medio de esta ola de clima siberiano, aún la echo de menos. Así que mientras busco acomodo en mi abrigo y me ajusto la bufanda asegurándome de que no esconde mi eterna sonrisa infantil, levanto despistada mi mirada esperando colisionar con los ojos ávidos de alguien dispuesto a equivocarse de nuevo. Y me encuentro con los tuyos que repiten tozudos que sólo de las equivocaciones se aprende.

martes, 1 de diciembre de 2009

Extender el Infierno

Lamentablemente, los más viles pecadores ya no creen en el infierno, porque hace ya muchos años que no recuerdan como las llamas calentaban las iglesias, como estruendos inesperados se acompasaban a las operas.
Desgraciadamente, los más recalcitrantes pecadores ya no temen al diablo, porque saben que el arrepentimiento administrado en el último segundo, junto al viático, salva sus huesos de la trena, sin tener que devolver las 20.000 libras malversadas en el ejercicio de su deber.
Desafortunadamente, los más consagrados pecadores ya no temen a los perros hambrientos cuando cruzan las calles oscuras, porque saben que hace ya muchos años que estamos domesticados y caminamos con el rabo entre las piernas. Saben que ninguno de los pulgosos se levantará a poner fin a la falta de ética en el mercado, soltando incontrolables y rabiosos bocados en sus culos bien sentados.
Y mientras tanto, en este valle de lágrimas, donde nadie tira la primera piedra, los banqueros extraen hasta la última gota de sangre de los pobres, mientras la justicia ciega, maniatada y bien pagada mira siempre para el mismo lado.
Lamentablemente, desde que la carcoma derribo el muro de Berlín, no quedan rojos oscuros con ideologías contagiosas a los que temer; los ricos, crecidos por la facilidad con que pasa un camello por el ojo de una aguja, aplican siempre el mismo final a todos los cuentos: los beneficios se reparten entre los menos posibles, las perdidas son pagadas por todos menos por ellos.
Lamentablemente, es necesario extender el Infierno, porque ahora que cada vez un mayor número de personas tienen miedo al paro y su abismo, no podemos permitir que los que nos condujeron hasta aquí no se quemen con nosotros en el pavor a su propio averno.
Fotografía: Danweng Xing