sábado, 31 de mayo de 2008

Aburrido de esperar, de Marc Parrot

Soy un barco en el desierto
Soy el plomo en el mar
Soy la paja en el ojo
Soy la pólvora en remojo
Soy el viento que no sopla
Soy el que sopla en el bar
Soy el que viene a la iglesia
para verte comulgar
Soy la cabeza pensante
Soy el pienso de animal
Soy el que no duerme nunca
y el que no se deja en paz
Soy el que anda por las calles
y no sabe a dónde va
Soy el que caza moscas,
aburrido de esperar

Más solo que un loco
paso los días esperando por ti
Acabaré más loco que solo
si no vuelves a por mí

Soy el que busca algún signo
y persigue una señal
el que atiende a sus instintos
de andarse por las ramas
el que nada con los sapos
y salta con las ranas
el que bebe por las tardes
y miente en sus hazañas

Más solo que un loco
paso los días esperando por ti
Acabaré más loco que solo
si no vuelves a por mí

lunes, 26 de mayo de 2008

Enormes cambios en los proximos minutos

Tener paciencia no hace que el tiempo pase más rápido, ni que los acontecimientos se precipiten. Nada cambia la suerte. Ni leer los horóscopos de todos los diarios evitará que vuelva a salir cruz en mi moneda. Tampoco hoy, nada para mi caída. Ningún cambio respecto ayer. Ninguna nueva razón para estar triste, ninguna para dejarlo de estar. Maldita inercia.
Con entereza y algunos trucos mal ejecutados puedo esquivar torpemente las crisis de ansiedad. De naturaleza salvaje e inconformista no he aprendido a conformarme con la vida de los días laborables: ida y vuelta al trabajo, sin nada más. No consigo domesticar a mis fieros anhelos que roen por dentro mis entrañas. Cuidado lobo con la vida, muerde, ama, mata.
Ludópata adicto a los festivos, apuesto alto con cualquier mano, no importan las cartas. Siempre intenté ganar, más ahora que no me de tanto miedo perder y vivo instalado en tu derrota. Pero me abrasa estar un día más en el banquillo sin poder jugar, esperando. Y, como todos los desesperados, espero enormes cambios en los próximos minutos. Mientras tanto, demasiado amor por derramar y pocas palabras para medir la profundidad de mi desesperación. No lo dudo: mañana o cualquier otro día volverá a salir el sol, mientras tanto, me como por dentro.
Ilustración: Enki Bilal

miércoles, 21 de mayo de 2008

Lista de la nevera. Cosas por hacer.

Evidenciando nuestras fuertes limitaciones y falta de decoro, algunos hombres que vivimos solos pegamos en las puertas de nuestros frigoríficos la lista de las cosas que queremos hacer. Una enumeración que va mucho más allá de la mera relación de tareas pendientes y cosas por comprar: Es el listado de los pasos que nos quedan por dar para convertirnos en quien queremos llegar a ser. Un papelito que nos acostumbramos a mirar lo menos posible para no defraudarnos. Un nota que nos avergüenza cada vez que tenemos la suerte de que alguien nuevo busque, por sí misma, algo de comer en nuestra despensa.
Mi nevera delata mis penas. Me alienta mudamente a estudiar inglés, a invertir con sensatez los cuatro duros que tengo ahorrados, a pasear mi curriculum por nuevos territorios, a buscar un curso de postgrado que me apetezca estudiar, a volver a preparar sesiones de cuentos en bares y lugares de dudosa reputación, a planificar a medio plazo, o a hacer yoga. Mi nevera necesitó abrir lista aparte para poner tener sitio donde denunciar todas las cosas que hacen falta comprar en casa para que ésta se convierta en un hogar: lámparas, cortinas y, cito textualmente la opinión del electrodoméstico, "objetos de decoración".
En la lista no aparecen, por suerte, otras labores que debo acometer con urgencia: aprender a darme caprichos, buscar a alguien a quien engañar para que comparta conmigo las vacaciones, jugar más, cansarme menos...
Las listas comienzan a amarillear y no aparecen tachones victoriosos que revelen conquistas o logros.
Así, que, si vienes a casa y quieres saber más sobre mí, pregúntale a mi frigorífico, porque en él guardo congelados mis anhelos.

viernes, 16 de mayo de 2008

Ésto es una guerra entre pobres

“Ésto es una guerra entre pobres” -manifestaba a las cámaras de la RAI una vecina de un barrio marginal de Nápoles, el día que en que el villano Berlusconi estrenaba sus medidas contra los pobres inmigrantes ilegales peinando las barracas para devolverlos por donde habían venido. No recordó la señora, ofuscada por los nervios del directo, que, desde hace siglos, todas las guerras son entre pobres; que, lo que decía, era una obviedad, porque hace ya varios siglos que se extinguieron los caballeros andantes que luchaban sólo por honor y celebridad. La guerra, negocio sucio, deja el trabajo de pelear y morir a los obreros pobres, y los beneficios de la lucrosa industria de la muerte a los ricos, en una distribución equitativa e inteligente.
“Cuando la policía los desalojo, corrimos a incendiarles sus viviendas para que no vuelvan. Ya damos suficiente asco nosotros para que vengan éstos de fuera” –nos explicaba la señora.
Nos recordaba que la Pobreza es una mujer democrática donde las haya, que no sólo genera nauseas entre la sensible clase acomodada, sino que provoca también asco entre los mismos pobres; que perciben su miseria, como el sudor agrio que nos impregna y del que sólo nos podríamos librar con una ducha de fortuna.
Es evidente, antes de que naciera en nuestros barrios marginales la xenofobia, habitaba desde hacía tiempo la pobrefobia. La pobreza es lo que más miedo, asco y repulsión nos provoca. Y en nuestra carrera por separarnos de su peste, no nos molesta el color de quien nos viene a robar el trabajo o nuestras últimas esperanzas. En cambio, nos molesta que exista alguien aún más miserable, que nos robe el dudoso honor de ser el último de la fila, de recibir las migajas del estado del bienestar, que no nos educa para escapar y exigir un mejor reparto, sino que nos enseña a aguantar con paciencia el día a día de la guerra entre pobres, entretenidos, contando las bajas.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Tokio spring blues, de Haruki Murakami

Sin duda, abril es el peor mes para estar solo. En abril, a mi alrededor todo el mundo parecía feliz. La gente se quitaba los abrigos y charlaba en los rincones soleados, jugaba con la pelota, se enamoraba. Yo estaba completamente sólo. Naoko, Midori, Nagasawa: todos se habían alejado de mí. No tenía a quien decirle “Buenos días” u “Hola”. Incluso echaba de menos a “Tropa-de-asalto”. Pasé el mes de abril en esta triste soledad. Intenté hablar con Midori varias veces, pero la respuesta era siempre la misma: “Ahora no quiero hablar contigo”, y, por el tono de sus voz comprendía que lo decía en serio. (...)
Cuando terminó abril llego el mes de mayo; mayo fue mucho peor que abril. En mayo, en plena primavera, ya no pude evitar sentir como se estremecía y temblaba mi corazón. Solía ocurrirme al atardecer. En la pálida oscuridad, impregnada del suave aroma de las magnolias, mi corazón, sin previo aviso, empezaba a henchirse, a entremecerse, a temblar, atravesado por un pinchazo. En esos momentos, cerraba los ojos y apretaba los dientes con fuerza. Y e esperaba a que pasara. Poco a poco, este dolor se alejaba, dejando tras de si un dolor sordo.
Extraido de Tokio Blues de Haruki Murakami
Ilustración de Frédéric Boilet

domingo, 11 de mayo de 2008

La magdalena de Proust

¿Cómo evitarlo? Mis recuerdos están allí, celosamente guardados en algún lugar profundo de mi interior. Llama a ese sitio como tu quieras, localízalo en el órgano de mi ser que prefieras. Están allí, durmientes. Pero, de tanto en tanto, sin previo aviso, sin orden lógico, brotan, como la vida en primavera, me iluminan la mirada y tuercen mis labios hasta forzar en mi rostro algo parecido a una sonrisa calmada.
¡Tanta vida me diste!
Es posible que haga años que no te veo. Seguro que, si nos vemos, no nos miramos con los mismos ojos hambrientos. Ya no soy tuyo, ya no eres mía. El presente es un planeta distinto. Pero, de tanto en tanto, recuerdo porque estuve tanto y tan hondo junto a ti, porque hice lo imposible por acompasar mi camino al tuyo. De tanto en tanto, los recuerdos hacen evidente que no me equivoqué. Entonces, reconozco mi suerte y agradezco profundamente todos y cada uno de los días que me regalaste.
No puedo entender que te moleste.
No puedo creer que no te ocurra.
No puedo evitar que me pase, tan poco quiero.
En mis recuerdos siempre cantarás las canciones que con tanto mimo me enseñaste, te retorcerás con los minúsculos dedos de tus pies entre mis dientes, perseguirás a las cabrás ladera abajo, bailarás descalza conmigo hasta hundirme en ti. En mis recuerdos me pedirás que te encorra entre la gente.
Son mis días felices. Sólo por ellos ha valido la pena llegar hasta aquí. Ellos justifican el vacío, compensan el dolor, me permiten tener esperanza en el desierto. Sólo ellos garantizan que el futuro, inevitablemente, me reserva instantes tan maravillosos como los que viví junto a ti.
Espero que, aunque siempre lleves la guardia alta e intentes esquivarlos, alguna vez me cuele por una rendija de tu memoria y uno de nuestros recuerdos dibuje en tu rostro perfecto una sonrisa calmada, porque esa sonrisa justifica, por sí sola, varios años de mi inútil presencia en este planeta.
Ahora todo es tremendamente distinto. Ahora todo está bien tal y como está. Ahora tu recuerdo viene. Ahora se irá.
Besos.
Fotografia: Saudek, The boy