Ingenuos, creímos que cuando uno de nosotros, beneficiado por el impulso colectivo y la inercia acumulada por tantas generaciones, obtenía un logro (inventaba el fuego, la imprenta, la electricidad o la penicilina) ganábamos todos.
Ingenuos, supusimos que cuando en algún lugar se reconocía un nuevo derecho (se prohibía la esclavitud, se emancipaba la mujer, se garantizaban los derechos del niño, se reconocían y respetaban las diferencias de las minorías) avanzábamos todos juntos.
Y con esos pasos incipientes e inseguros, nos hicimos la ilusión de avanzar hacía un lugar desconocido, pero mejor y siempre hacia delante. Y, para colmo, nos hicimos la ilusión de que el camino recorrido era firme y el retroceso imposible.
Y es ahora, cuando cesa de sonar la música y acaba un vez más el baile, cuando nos miramos sorprendidos, los unos a los otros, en busca de culpables. Cuando, alzamos la vista y miramos a nuestro alrededor horrorizados, pues no entendemos porque después de tanto camino andado aún nos envuelven las mismas tinieblas, los mismos temores, el mismo hambre.
Y nos damos cuenta que siempre de nuestra insolidaridad sólo se escapan unos pocos.
Ilustración: Michael Kutsche