martes, 21 de agosto de 2012

La vida inalterable

“El número de vidas que entran en la vida de uno es incalculable”, me dice Berger.
Muchas son las que se cruzan menos las que permanecen, aunque saber distinguir entre las unas y las otras es harina de otro costal. Podemos poner la mano en el fuego jurando que no olvidaremos su rostro jamás, para poco después extraviar en la punta de la lengua su nombre tan trascendente. Transitar por bastas singladuras sin recordar la latitud de su puerto, hasta que de repente, embarrancamos de nuevo en su recuerdo y atesoramos las enseñanzas que nos provocaron sus días o sus ausencias.
Y eso que “no nos damos cuenta de que a cada instante se para, se muere un pasado irrecuperable”, me dice Habral. Y caminamos inconscientes de nuestros asesinatos, ajenos a nuestros desperdicios, pues cada vez que elegimos, renunciamos a un número inabarcable de vidas que ya nunca serán, durmientes aletargadas en el país de nunca jamás, donde sólo los necios y los cobardes querrán visitarlas cada vez que se vuelven a lamer las heridas de sus últimos fracasos.
Bajito, les contestó que la vida es implacable, a pesar de nuestro deseo de derrota se empeña en vivirnos, a pesar de nuestra expresa renuncia nos impone mil nuevas vidas gratis, a pesar de encogernos en la noche nos impone más vida felina, hasta casi obligarnos a la primavera.
Y ya en voz más alta, les digo que la vida es inquebrantable a pesar de nosotros. Enemigo que no has de vencer. Únete: recoge los regalos encontrados en los cruces con otras vidas, agradece el olvido, celebra el recuerdo recuperado, ajeno a lo perdido, disfruta de lo encontrado, vive todas y cada una de las vidas. De a una y de a poco. A granel y con ansia hasta la muerte, que también es vida.

martes, 7 de agosto de 2012

El hambre y los perros

El hambre: Fuertes jóvenes con viajes sorprendentes sobre sus espaldas compitiendo por la chatarra abandonada. Sufridas amas de casa hurgando entre los productos desechados en los contenedores de basura de los supermercados. Honestos trabajadores de edad provecta plegando sus pocos enseres en los refugios que conceden los cajeros automáticos antes de enfrentarse a la noche. Ancianos obligados al dilema de optar entre comprar todos los medicamentos que les receptan o encender la calefacción. Hospitales ante la diatriba de despedir empleados, cerrar quirófanos, aplazar intervenciones o mantener el juramento hipocrático. Centros asistenciales negando el salario a sus trabajadores para atender a nuestros ancianos, dependientes o menores tutelados. Niños que no hacen una sola comida suficiente al día de vacaciones del comedor escolar. Padres obligados a elegir entre pagar el alquiler o la hipoteca de su hogar o la comida de su familia. Cola continuamente creciente ante los bancos de alimentos básicos. Insuficiente caridad para tanto olvido. Recortes en el presupuesto existente para tanta necesidad.
El hambre haciéndose grande, el hambre llegando a todos los rincones, el hambre enseñándonos los dientes, el hambre tranquila esperando nuevos tiernos clientes. El miedo al hambre, el hambre persiguiéndonos a todos y devorando a los más débiles. El hambre riendo ante nuestros propios dientes. El hambre muerto de risa. El hambre desnudándonos de humanidad. El hambre frente al hombre.

Los perros: Bajo el sol de injusticia, los perros gruñen. Encadenados o no, enseñan sus dientes sudorosos, amedrentan a los huérfanos. Tanto da sean perros adiestrados o salvajes perros, todos ordenan el tráfico y alinean a todos junto al paredón.
Burócratas creyentes que deciden recortar el acceso a la salud, encarecer los medicamentos y productos de primera necesidad. Policías bien pertrechados que golpean adolescentes y ancianitas que podrías ser de su propia familia porque protestan ante tanta sinrazón. Políticos maniatados que eligen recortar las pensiones de los más vulnerables, la financiación de los hospitales, la dotación de las escuelas, la cultura. Especuladores. Desaprensivos que sacan benefició en el río revuelto. Banqueros refinanciando muertos, exprimiendo pobres, desahuciando miedos. Mercados esponjosos y babeantes succionando toda riqueza, secando la vida de sobre nuestras pieles.
Perros bien adiestrados de afilados dientes. Perros que muerden ciegamente a diestro y siniestros por menos de una palmadita en la espalda. Perros condicionados sin conocer a Paulov. Tan solo perros.
Perros vocacionales nacidos hombres. Unos pocos perros hechos por el hambre. Muchos perros hechos a si mismos, encerrados en una ciega carrera de galgos donde hace tanto tiempo que desapareció la liebre.