martes, 17 de junio de 2014

Sueños sepultados

Cuando éramos tan sólo un poco más jóvenes, se decía que la esperanza es lo último que se pierde y que soñar era gratis, por lo que a los peatones movidos por el contagioso optimismo les dio por soñar, sin gran revuelo, sueños apocados que parecían ser fáciles de cumplir: tener una familia, una casa y vivir sin gran trajín, nada muy ambicioso para vivir en un país donde decían se estaba viviendo un milagro económico.
Pero pasaron los años, estallaron todas las burbujas y sin que nada hubiese cambiado en nuestra rutina diaria nos dieron las doce, se acabó el encantamiento, todos nos volvimos cenicienta y solo vino a apretarnos los zapatos Paco con las rebajas.
De golpe y porrazo nos dimos cuenta que lo último que se pierde es el miedo, y que soñar es caro y conlleva fuertes hipotecas que te pueden dejar con el culo al aire y deuda pendiente. Y todos, absolutamente todos, los conscientes y los desentendidos, los involucrados y los tan sólo afectados, sepultamos nuestros sueños en fosas comunes abiertas con nocturnidad en las cunetas de nuestra narración por los encargados de las basuras del estado.
Todos y cada uno de los que por aquí habitamos, todos incluso los ricos. Y quien lo dude que mire a su alrededor y luego cierre los ojos y miré lo que le rodeaba en ese mismo sitio tan sólo cinco años antes.
¿Cómo hemos cambiado? Intentaremos, a partir de ahora, hacer un inventario, una taxonomía que intenté abarcar todos los suspiros, todos los anhelos, todas las frustraciones sin dejar ninguna como si tratáramos de recomponer los mil añicos de una taza de porcelana estrellada o lamer todas las lágrimas de un niño en una encomiendo imposible durante los próximos capítulos