domingo, 28 de septiembre de 2008

En el bosque oscuro, tu elefante blanco

Me alejas de las transitadas calles, me llevas más allá de donde perecen los adosados. Me adentras en el bosque. Me descubres centenarias piedras esculpidas. Me regalas un elefante blanco de granito tallado. Nos montamos en él. Descanso la tarde a la espalda del pétreo paquidermo, mientras tu sonrisa me lanza promesas que tu voz no se atreve a pronunciar.
Me llevas a tu casa. Pasamos del desconocimiento a la intimidad, sencillamente, como cuesta abajo. Yo anuncio tus deseos, anticipo lo que quieres, y tú, aunque te escondes un instante, devoras los frutos que te ofrezco.
Y ahora quieres más. Quieres que regrese una y otra vez a sacudir tu tiempo.
Si me adentro en tu bosque, me prometes delicados cuidados, un ejercito de animales mitológicos. Me ofreces pócimas mágicas con nombres latinos que sólo tu conoces, ausencia de límites en la experimentación, todos los caminos francos, tu cuerpo y tu piel.
Y yo, como un niño, no me atrevo alejarme del haz de luz que desprende la última farola de la última fila de adosados. Temo adentrarme en tu bosque. Me da vértigo el abismo que me propones: abandonar mi urbanizada civilización, marcar tu piel con la huella de mis dientes y, salvajemente, obligarte a gritar que eres mía.
Foto: Tree de McGinley

lunes, 22 de septiembre de 2008

Ícaro regresa de la Luna

Martes 13 de junio de 1519, castillo de Clos Lucé, maese Leonardo recibe a Ícaro Cavalcanti, el primer explorador celeste, que regresa de su insólito viaje a la Luna triste y abatido, bordeando el llanto. El genio recoge en su abrazo al gigantesco explorador a punto de quebrarse. No comprende nada, tanto su hombre como su ingenio han regresado increíblemente intactos de su viaje imposible.Ícaro intenta justificar su desamparo: "Maestro, la luna es un desierto, no hay selenitas manejando los hilos de nuestros sueños, no se guardan en sus cráteres los relatos de los caminos no andados, no se reflejan en sus aguas las imágenes de los amores no correspondidos, no brotan de sus manantiales los versos que transcriben las plumas inspiradas de los poetas. Nada, maestro, nada. Sólo árida roca incapaz de ingeniar mentira alguna, ningún secreto en su cara oculta. Ausencia total de fantasía, ni reflejo de amor. Maese yo no puedo contar que en la luna no hay más que fría y dura piedra a las gentes que sólo esperan historias fabulosas que llenen sus ensueños. Maese, mi gloria, mi fama no puede elevarse sobre el asesinato de todo lo que hoy consideramos hermoso y romántico. No hay heroicidad alguna en mi relato. Por favor, ocultemos mi regreso, quememos la nave, guardemos bajo mil llaves los planos. Maese, le ruego por lo que considere más elevado, olvide por esta vez la dictadura que le impone la fría verdad que día a día avanza sin remedio, retardemos el destierro de la imaginación”.Las lágrimas del intrépido debilitan la voluntad del anciano. No alcanzó jamás en sus vuelos Ícaro ni Sol, ni Luna.
Imagen: Moebius

lunes, 15 de septiembre de 2008

Carmilla

Luna llena. Nuevamente impones tu presencia en mitad de la noche, sin avisar. No recuerdo cuando obtuviste mi llave. Debes entrar violentando alguna de mis ventanas. Sin mediar palabra, te cuelas en mi lecho, destierras mis sueños y exiges su trono. Tu hipnótica mirada expresa claramente tus deseos. No hace falta mediar palabra. Sé claramente lo que te has venido a llevar. Mi voluntad quebrada te obedece. Mi cuerpo responde a tus órdenes. Sé que desprecias mis virtudes, que vienes exigiendo lo peor que hay en mi. Sé que si intento ser dulce me despreciarás y harás que me desprecie. Sé que si me resisto igual me arrancarás lo que me has hecho creer que es tuyo. No sé definir los sonidos que nublan mis oídos y me hacen correr hacia el abismo: si gimes o si gruñes, si jadeas o me gritas. No comprendo tu idioma arcano, pero obedezco todas tus instrucciones. Sé que no tienes suficiente con mis buenos pasos y ciego te sigo por el camino oscuro. Te deleitas en las cosas que a las demás mujeres repugnan. Conozco tu cuerpo. Sin querer, infrinjo dolor a otro ser. Me conduces por la vereda de la parte de atrás. Me has dejado claro el elevado precio del umbral de placer que sólo tú me ofreces cruzar. Tu pasión lacera mi piel. Mis manos se crispan antes de morir exhausto. La esencia de mi ser mancha tu sonrisa. Aún no te has saciado. La guerra no ha terminado. Quizás hoy no, pero nuevamente sangraran las heridas que me infliges.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Tiempo galápago

Leo en El periódico la insólita historia de “George el Solitario”, la única tortuga que resta en este mundo de la subespecie Geochelone nigra abingdonii, y de su despertar a los placeres de la carne. George fue obligado por sus cuidadores a convivir con dos atractivas hembras de la especie más próxima desde 1993 con la finalidad científica de perpetuar, en la medida de lo posible, su especie. Pero George un ejemplar maduro de 105 años, no colaboraba, o no tenía prisa, o sabía muy bien lo que quería, y a pesar de que nadie sabe cuanto tiempo vagaba sólo, sin pareja, por su islote, no renunciaba a sus sueños, no se refugiaba en sucedáneos. El Solitario ha sido un macho difícil de enamorar o difícil de vencer. Y, optimista, ha tardado 15 años en asumir la derrota: nunca iba a volver su amada, o la imagen de su amada y ha empezado a dejarse querer. 16 huevos se han encontrado fruto de sus encuentros promiscuos con las jóvenes hembras con las que comparte departamento esta semana. Todos los científicos son felices, creen poder recuperar la especie. Pero la mirada del galápago continua triste, sabe que al despertar, después del fragor de la pasión, le asalta la melancolía de la que no puede escapar, pues, como yo, las tortugas se mueven lento ¿Cuánto tiempo aguanta un humano los envites de las jóvenes en ausencia de la amada? Llámame George.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Sobrevuélame

Tu cometa ya había sobrevolado mi cielo con anterioridad. Pero no pude verte, estaba nublado. Yo estaba nublado. Ahora, con cadencia matemática, retornas sobre mi cielo nítido. Me prendo de tu cola. Me coges de tu mano. Te sigo. Alrededor de la cena, cuentas de la primera vez que nos vimos. Y me sorprende la nitidez de tu recuerdo. ¿Cómo puedes acordarte de lo que dije? Sonríes. Te sonrojas. Es evidente. Has pensado en ello más de lo aconsejado. Yo ya no soy el mismo –te advierto- todo a mi alrededor ha cambiado. Niegas con la cabeza. “Déjame que te busque la diferencias” me dices mientras apresas mis manos sobre la mesa. Muerdes las puntas de mis diez dedos y antes que me pueda dar cuenta, me arrastras calle abajo, me muestras el vuelo de tu falda y yo a él me engarzo. A la vuelta de una esquina, abres una puerta con una llave y me encierras. No sé más nada. Pasa el tiempo. Vuelo entre el polvo estelar de la cola de tu cometa, veo bajo mis pies todos los planetas. Y cuando despierto lo único que veo es tu espalda desapareciendo en el control de pasaportes del aeropuerto y yo con la boca abierta, haciendo cuentas con los dedos, intentando descifrar la ecuación que estima tu frecuencia de paso por mi espacio aéreo.

viernes, 5 de septiembre de 2008

La paralisis ante la abundancia

Quizás sean mis orígenes humildes o mi cadencia por lo sencillo o mi falta de hábito, pero lo cierto es que la sobreabundancia me paraliza: Detesto los grandes almacenes saturados de productos, reclamos y consumidores ávidos. Me pierdo en las cartas sin fin de algunos restaurantes y busco la calidez de aquellos otros que sólo nos dan a elegir entre tres platos bien cuidados. Pierdo el apetito caprichoso ante filas inacabables de diferentes galletas que no se diferencian en nada. El exceso de oferta me apabulla. Necesito más intimidad. Aislarme ante la tentación. Temo que no podré conocerte en medio de las fiestas, cuando todo el mundo reclama mi atención y todas las chicas me sonrien. Llévame pues a un rincón, aíslame de tanto ruido, clávame en el suelo y cuéntame despacio tu receta, pues yo nunca tengo prisa.
Fotografía: Domingo + AnaElenaPena