viernes, 12 de septiembre de 2008

Tiempo galápago

Leo en El periódico la insólita historia de “George el Solitario”, la única tortuga que resta en este mundo de la subespecie Geochelone nigra abingdonii, y de su despertar a los placeres de la carne. George fue obligado por sus cuidadores a convivir con dos atractivas hembras de la especie más próxima desde 1993 con la finalidad científica de perpetuar, en la medida de lo posible, su especie. Pero George un ejemplar maduro de 105 años, no colaboraba, o no tenía prisa, o sabía muy bien lo que quería, y a pesar de que nadie sabe cuanto tiempo vagaba sólo, sin pareja, por su islote, no renunciaba a sus sueños, no se refugiaba en sucedáneos. El Solitario ha sido un macho difícil de enamorar o difícil de vencer. Y, optimista, ha tardado 15 años en asumir la derrota: nunca iba a volver su amada, o la imagen de su amada y ha empezado a dejarse querer. 16 huevos se han encontrado fruto de sus encuentros promiscuos con las jóvenes hembras con las que comparte departamento esta semana. Todos los científicos son felices, creen poder recuperar la especie. Pero la mirada del galápago continua triste, sabe que al despertar, después del fragor de la pasión, le asalta la melancolía de la que no puede escapar, pues, como yo, las tortugas se mueven lento ¿Cuánto tiempo aguanta un humano los envites de las jóvenes en ausencia de la amada? Llámame George.

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