lunes, 22 de septiembre de 2008

Ícaro regresa de la Luna

Martes 13 de junio de 1519, castillo de Clos Lucé, maese Leonardo recibe a Ícaro Cavalcanti, el primer explorador celeste, que regresa de su insólito viaje a la Luna triste y abatido, bordeando el llanto. El genio recoge en su abrazo al gigantesco explorador a punto de quebrarse. No comprende nada, tanto su hombre como su ingenio han regresado increíblemente intactos de su viaje imposible.Ícaro intenta justificar su desamparo: "Maestro, la luna es un desierto, no hay selenitas manejando los hilos de nuestros sueños, no se guardan en sus cráteres los relatos de los caminos no andados, no se reflejan en sus aguas las imágenes de los amores no correspondidos, no brotan de sus manantiales los versos que transcriben las plumas inspiradas de los poetas. Nada, maestro, nada. Sólo árida roca incapaz de ingeniar mentira alguna, ningún secreto en su cara oculta. Ausencia total de fantasía, ni reflejo de amor. Maese yo no puedo contar que en la luna no hay más que fría y dura piedra a las gentes que sólo esperan historias fabulosas que llenen sus ensueños. Maese, mi gloria, mi fama no puede elevarse sobre el asesinato de todo lo que hoy consideramos hermoso y romántico. No hay heroicidad alguna en mi relato. Por favor, ocultemos mi regreso, quememos la nave, guardemos bajo mil llaves los planos. Maese, le ruego por lo que considere más elevado, olvide por esta vez la dictadura que le impone la fría verdad que día a día avanza sin remedio, retardemos el destierro de la imaginación”.Las lágrimas del intrépido debilitan la voluntad del anciano. No alcanzó jamás en sus vuelos Ícaro ni Sol, ni Luna.
Imagen: Moebius

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