martes, 4 de marzo de 2014

La criminalización del Carnaval

La alegría tiene una vida efímera, son mucho más abundantes los pesares que nos encuentran en nuestro camino y la rutina y lo mediocre el paisaje más habitual. Pero mucho más extraña es la alegría compartida por la multitud. Un fenómeno que ilumina el horizonte como fuego de artificio, como un asombroso suspiro. Y, además la alegría compartida, cuando no es consentida y de buena familia, es perseguida furibundamente hasta el olvido o su supresión. Así rememorados y repetidos son los estallidos de adrenalina que producen los éxitos los clubs deportivos y selecciones nacionales, y amplificados los éxtasis colectivos de las romerías u otras manifestaciones religiosas, así como las conmemoraciones religiosas y los aniversarios de los héroes patrios. En cambio, la alegría espontánea, la celebración de la victoria del héroe anónimo sobre Goliath, la revolución de las masas que destapa los pechos de la libertad son perseguidas por los cuerpos de seguridad del estatus quo. Y así como una breve primavera que vive sus escasos días en perpetua huida muere todos los años el Carnaval, viviendo en el exceso, haciendo oídos sordos a toda convención y norma, porqué es consciente que de perdidos al río y lo bailao no puede confiscarse. Así también la broma, la farsa, la ironía, la ficción y la mofa son criminalizadas por los hombres de bien y las instituciones sacrosantas que siempre se han caracterizado por una falta militante de sentido del humor. No por ser éstas gentes o entes oscos y austeros, sino porque son plenamente conocedores que las mentiras las carga el diablo y como me dijo el maestro Fo son los juglares los únicos con permiso para insultar al poderoso e instruir al pueblo. Los doctos, los santos y los poderosos no se estremecen al conocer que las verdades dictadas o escritas carecen de fundamente y sólo se proclaman para ocultar lo cierto y apartar la mirada de las gentes de la realidad. Los doctos, los santos y los poderosos solo se espeluznan cuando escuchan un chascarrillo ingenioso, una farsa atractiva, una ironía punzante o una mentira bien cargada que despierta de su sueño a los peatones sonámbulos y los hace mirar hacia la cruda realidad, el desnudo emperador y los sarnosos buitres que manejan los hilos de este teatro. Alegría efímera.