viernes, 27 de noviembre de 2009

sábado, 21 de noviembre de 2009

La urgente necesidad de empujar

Miro al solitario lobo perfilando el horizonte y relamiéndose sobre el vértice de la pirámide trófica, y no soy tan iluso como para acercarme a preguntarle su parecer sobre el estado de las cosas. Conozco su opinión sobre la teoría de la justicia de Rawls y su apego al actual status quo. ¿Por qué debería distribuir su suerte, empatizar con los conejos o ponerse en la piel de los corderos, si esos bichos vulgares son suculentos manjares?
Miro a los viejos del lugar peinando sus doradas canas, luciendo su experiencia acumulada, su sabiduría, su artrosis, sus manías cultivadas mientras dicen que ésto se hace así, y no soy tan iluso como para acercarme a intentar convencerles de que los caminos propuestos por jóvenes maleducados llevan a valles más fértiles, que las respuestas propuestas por esos irrespetuosos mequetrefes solucionan incógnitas hasta hoy no despejadas.
Miro a los elegantes prohombres sentando sus reales sobre el ombligo del mundo, y no soy tan iluso como para acercarme a recordarles todos sus pecados. Conozco su opinión sobre el derecho de conquista y la sacrosanta propiedad, así como su apego a acumular honores, bienes y prebendas. ¿Por qué deberían empatizar con el mileurista, ponerse en la piel del hambriento, o distribuir sus riquezas, si aún en las peores condiciones nos reproducimos como vulgares conejos?
Miro desde el arrabal, alejado del centro. El hambre tan cercano, la justicia tan extraña, que es difícil dormir contento.
Es aquí en los bordes, donde apenas llega el resplendor de la luz que ilumina el centro, donde los niños inconformes sueñan con mundos mejores.
Es aquí, en el arrabal, donde los perros, intuyen los movimientos antes de que sucedan los cambios, donde los jóvenes rabiosos tiran piedras sobre las prohibiciones, donde se queman los límites y se encorre a las vallas.
Es aquí, en este espacio fronterizo, donde, sin que nadie lo plante ni lo abone, crece lo nuevo, salvaje. Es aquí, donde los vagos y los maleantes se tatuan ilusiones que por ciencia infusa mancharán las pieles inmaculadas de vuestras hijas biencriadas.
Es aquí, en estos espacios en construcción, donde esperan nuestras ratas más predispuestas y se relamen los bigotes a la espera de un trozo más grande del pastel en el próximo reparto.
Es aquí, en la penumbra de este espacio alejado de los focos y los fastos desde donde es más fácil ver la luz al final del túnel. Es aquí, donde empezará el movimiento hacia la salida. Es aquí donde se nota la urgente necesidad de empujar a los que impiden todo movimiento. Un movimiento necesario para recrear.
Ilustración: Cristopher Gilbert

domingo, 8 de noviembre de 2009

El principio de la relatividad

¿Cómo mantenernos firmes en nuestras convicciones? ¿Cómo defender nuestras elecciones? Si desde el mismo momento que tomamos una decisión la cuestionamos. ¿Hice bien en tomar este camino? Seguro que los otros discurren por veredas más verdes y valles más fértiles. ¿No hay otra opción mejor? Siempre avanzó más rápido la cola de al lado, siempre fue más sabroso el plato que no demandamos, siempre fue más animada la reunión a la que no asistimos.
No somos consecuentes con nuestra elección. Abanderamos el principio de la relatividad, para ante la menor duda salir corriendo en busca de nuestro sacrosanto y constitucional derecho a la enésima oportunidad... nuestro derecho equivocarnos una vez más sin hacernos cargo de nuestra responsabilidad... nuestro derecho de pecar y ser perdonados... nuestro derecho a volver una vez más a tirar los dados sin pasar por la cárcel y cobrando las 20.000 libras... nuestro derecho a una partida más.
No aprendimos a valorar lo que tenemos. Nada es suficiente para dejarnos la piel, para quemar toda la madera, para jugarnos la vida. Y toda nueva adquisición, si buscamos bien, tiene tres pies de gato y un pequeño fallo que justificará nuestra renuncia, nuestra derrota. Siempre hay una razón rastrera que permite la huída por la puerta trasera.
Siempre hay algo más adecuado, un elemento más nuevo, más rápido, más eficiente, más conveniente. Algo nuevo que empezar, que nos permita aplazar todas esas cosas que nos da miedo acabar.
Y, mientras tanto, no observamos como avanza nuestra decadencia. Estirando ficticiamente nuestra ridícula adolescencia. Evitamos fijarnos en las señales que delatan nuestra obsolescencia. No apreciamos que somos nosotros los que nos volvemos más torpes, más lentos, menos atractivos. Los que producimos en nuestros socios más dudas, los que reproducimos en los desconocidos menos adhesiones. Y nuestras palabras generan cada vez menos convicción y. nuestra sonrisa, cada vez más demacrada, más aversión. Y todo el mundo sabe, menos tú, que acabado el jamón sólo quedan los huesos. Y todo el mundo aprende, menos tú, que si al principio todo fue relativo, al final, no hay más elección que el punto final. Y allí ya no podrás elegir una vez más.
Ilustración: Dino Valls, "Trivium"