domingo, 8 de noviembre de 2009

El principio de la relatividad

¿Cómo mantenernos firmes en nuestras convicciones? ¿Cómo defender nuestras elecciones? Si desde el mismo momento que tomamos una decisión la cuestionamos. ¿Hice bien en tomar este camino? Seguro que los otros discurren por veredas más verdes y valles más fértiles. ¿No hay otra opción mejor? Siempre avanzó más rápido la cola de al lado, siempre fue más sabroso el plato que no demandamos, siempre fue más animada la reunión a la que no asistimos.
No somos consecuentes con nuestra elección. Abanderamos el principio de la relatividad, para ante la menor duda salir corriendo en busca de nuestro sacrosanto y constitucional derecho a la enésima oportunidad... nuestro derecho equivocarnos una vez más sin hacernos cargo de nuestra responsabilidad... nuestro derecho de pecar y ser perdonados... nuestro derecho a volver una vez más a tirar los dados sin pasar por la cárcel y cobrando las 20.000 libras... nuestro derecho a una partida más.
No aprendimos a valorar lo que tenemos. Nada es suficiente para dejarnos la piel, para quemar toda la madera, para jugarnos la vida. Y toda nueva adquisición, si buscamos bien, tiene tres pies de gato y un pequeño fallo que justificará nuestra renuncia, nuestra derrota. Siempre hay una razón rastrera que permite la huída por la puerta trasera.
Siempre hay algo más adecuado, un elemento más nuevo, más rápido, más eficiente, más conveniente. Algo nuevo que empezar, que nos permita aplazar todas esas cosas que nos da miedo acabar.
Y, mientras tanto, no observamos como avanza nuestra decadencia. Estirando ficticiamente nuestra ridícula adolescencia. Evitamos fijarnos en las señales que delatan nuestra obsolescencia. No apreciamos que somos nosotros los que nos volvemos más torpes, más lentos, menos atractivos. Los que producimos en nuestros socios más dudas, los que reproducimos en los desconocidos menos adhesiones. Y nuestras palabras generan cada vez menos convicción y. nuestra sonrisa, cada vez más demacrada, más aversión. Y todo el mundo sabe, menos tú, que acabado el jamón sólo quedan los huesos. Y todo el mundo aprende, menos tú, que si al principio todo fue relativo, al final, no hay más elección que el punto final. Y allí ya no podrás elegir una vez más.
Ilustración: Dino Valls, "Trivium"

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