domingo, 31 de octubre de 2010

Una hora más

Nunca lo hubiese pensado, pero el reloj no era tan mala gente, el reló hoy nos ha regalado una hora más. Una hora perdidos dentro del inmenso universo comprendido entre mi colchón y tus sábanas.
He abierto una mínima parte de un ojo, para escuchar como la lluvia acariciaba suave la acera de la calle, he sentido un ligero atisbo de frío, insignificante, pero suficiente para justificar ceñirme a tu talle, y, en ese mismo instante, tus manos han empezado a rizar mis cabellos. Seguro que ya llevabas un tiempo velando mi sueño, esperando impaciente para amanecer conmigo.
Mis manos han buscados tus pechos minúsculos, por el simple placer de ver estirar sus puntas hacia el campo de batalla. He mordido tu cuello hasta desatar la incontrolable marea con la que me anegas. Pero tu no me has hecho caso, una y otra vez, jugando, me has negado el camino que lleva a la fuente donde me sació. Reinando desde encima de mi, te aprovechabas de tu súbdito, tensando la cuerda, ahora cerca, ahora tan lejos.
Sujetado por las muñecas, atado a tu potro de tortura, has comenzado a morderme, descendiendo desde el cuello, entreteniéndote en mis inexistentes pechos, hasta llegar al lugar donde se concentra mi sangre cuando te veo. Te has aferrado fuerte a mi carne, has apretado y sacudido tus propiedades, mirándome desafiante a los ojos, has reconocido mi entrega y has dejado de mirarme.
Tu lengua se ha deslizado veraz por encima de la piel donde su presencia me duele más. Malas intenciones de depredadora, dientes afilados, destreza carnívora, la de tu boca, arqueando con sus susurros mi columna vertebral. Y mientras tus ojos marinos me amenazaban con que me ibas a derrotar, yo claudicaba y me dejaba manar.
Gloriosa como guerrera, para que se recuerde tu nueva victoria, dibujas con tu lengua sobre mi piel extraños jeroglíficos conmemorativos usando mi pintura salada, que luego, en un gesto de perdón y generosidad, intentas borrar con tu piel, hasta que quedamos pegados, mientras que yo busco desesperado respirar desde entre tus labios.
Fotografía: Olaf Martin

sábado, 23 de octubre de 2010

ready made malheureux

Nadie lo pone en duda. Todos reconocen que domino la teoría a la perfección, todos sus entresijos, cada uno de sus claroscuros. Desde el teorema de Pitágoras a las segunda ley de la termodinámica, pasando por el código de navegación. Todos alaban que mis explicaciones de las leyes de la física y de la poética son claras, detalladas y amenas. Pero aún así, todos denuncian que no alcanzo a desenvolverme con presteza en el campo de la praxis. Cuando me desarrollo en el campo de la práctica, todos son caídas, golpes y equivocaciones. La pelota nunca entra, siempre termina rebotando en el poste o saliéndose del aro. E incluso cuando entra, el tanto no termina subiendo al marcador.
Yo me defiendo, alegando que entre la teoría y la práctica hay algo más que un paso.
Por eso, en esta tarde de ciencia normal, después de un nuevo ensayo que termina en error, al cerrar los ojos frustrado, recuerdo a Monseniour Duchamp y su Reddy-made malhereux.
El maestro dadá decidió dejar un libro de geometría colgado a la intemperie para ver si así el tratado aprendía cuatro cosas de la vida real. Por lo que abandonar mi manual de lógica matemática en el alambre del tendedero será también mi venganza.
El viento frío del otoño, la caída ordenada de las hojas, los aturullados chaparrones le ensañaran cuatro cosas básicas sobre la caótica vida real a ese libro cargado de principios inamovibles.
De ese modo, ahora, cada vez que vuelva a casa dolorido tras besar una vez más la lona de la vida real y vea en el tendedero el libro maltrecho y desencuadernado, le ofreceré un guiño de complicidad dadá, porque los dos estaremos enfrentándonos a la misma desigual batalla contra la realidad. Intentando nadar a contracorriente, mientras intentamos mantener secos nuestros principios.

domingo, 3 de octubre de 2010

Defender Mogadiscio

Miras nuestra ciudad asediada, escrutas el horizonte devastado, los edificios derruidos y, fácilmente, crees que no queda nada en píe sobre el polvo abrasado. No ves. No entiendes porque seguimos dejándonos la piel aquí por defender Mogadiscio de la barbarie. Darías la ciudad por pérdida, permitirías a sus hordas continuar avanzando. Pero antes, clava tus dedos en este polvo que nos sostiene, quizás puedas diferenciar, entre la arena, las cenizas de todos los derechos perdidos que aquí dejarás enterrados.
Siempre nos quedará Kamchatka. Apéndice de esperanza. Territorio infinito que sólo existe en nuestros mapas mentales. Península cálida de costas abruptas dónde recuperamos las fuerzas, tomamos aliento tras la persecución y nos hacemos fuertes. Dónde la mirada y las palabras del resto de sus habitantes nos reconfortan: Tenemos razón. El pensamiento no puede tomar asiento. La lucha continua.
Resistir en Numancia. Debemos resistir el asedio. No dejar que la humanidad perezca. No importa que la ciudad haya caído hace ya tanto tiempo. Sus victorias jamás significarán nuestra derrota, porque incluso muertos y famélicos acudiremos al próximo combate. Qué la resistencia está incrustada en nuestro genoma. Que el afán de progreso es la única razón de esta estirpe de simios. La lucha por la defensa de la dignidad es eterna, porque no combatimos para salvaguardar un lugar. Combatimos para seguir siendo.
Y si algún día caen todos y cada uno de nuestros baluartes, y no tengamos donde guarecernos, dejad que sonrían los que nunca aprenden, porque no estaremos ni mucho menos acabados, porqué la resistencia es nómada y perenne. Nuestra necesidad de ser, infinita.
Ilustración: José Cendón

viernes, 1 de octubre de 2010