sábado, 23 de octubre de 2010

ready made malheureux

Nadie lo pone en duda. Todos reconocen que domino la teoría a la perfección, todos sus entresijos, cada uno de sus claroscuros. Desde el teorema de Pitágoras a las segunda ley de la termodinámica, pasando por el código de navegación. Todos alaban que mis explicaciones de las leyes de la física y de la poética son claras, detalladas y amenas. Pero aún así, todos denuncian que no alcanzo a desenvolverme con presteza en el campo de la praxis. Cuando me desarrollo en el campo de la práctica, todos son caídas, golpes y equivocaciones. La pelota nunca entra, siempre termina rebotando en el poste o saliéndose del aro. E incluso cuando entra, el tanto no termina subiendo al marcador.
Yo me defiendo, alegando que entre la teoría y la práctica hay algo más que un paso.
Por eso, en esta tarde de ciencia normal, después de un nuevo ensayo que termina en error, al cerrar los ojos frustrado, recuerdo a Monseniour Duchamp y su Reddy-made malhereux.
El maestro dadá decidió dejar un libro de geometría colgado a la intemperie para ver si así el tratado aprendía cuatro cosas de la vida real. Por lo que abandonar mi manual de lógica matemática en el alambre del tendedero será también mi venganza.
El viento frío del otoño, la caída ordenada de las hojas, los aturullados chaparrones le ensañaran cuatro cosas básicas sobre la caótica vida real a ese libro cargado de principios inamovibles.
De ese modo, ahora, cada vez que vuelva a casa dolorido tras besar una vez más la lona de la vida real y vea en el tendedero el libro maltrecho y desencuadernado, le ofreceré un guiño de complicidad dadá, porque los dos estaremos enfrentándonos a la misma desigual batalla contra la realidad. Intentando nadar a contracorriente, mientras intentamos mantener secos nuestros principios.

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