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Ben d’hora, ben d’hora,
diumenge pel matí,
els carrers a l’hivern, treuen
fum, com el pa acabat de fer,
faig tot el camí de baixada en
el meu patinet,
i a l’arribar a la parada, de
xurros, em demano cinc leuros
i fent ziga-zaga, ziga-zaga,
retorno tot lliscant,
no sense en un revolt el diari
arreplegar
i el baf del meu alè, quan fico
la clau al pany, no em deixa ver.
Ben d’hora, ben d’hora,
diumenge pel matí,
els colors badallen encara com
un matís de gris.
retorno a l’escalfor del meu
forat,
la música de les hores xiuxiueja
per no molestar el veïns,
el suc està acabat de munyir i
la xocolata ben calenta,
i els angelets encara dormen a
les quatre cantonades,
i el teu somriure, a poc a poc,
es va llevant del llit.
Petonejo la xocolata amagada on
finalitzen els teus llavis,
amago els meus dits gelats a la
fondària de la teva pitrera,
i sota la mirada reprovador del
gínjol que ens vigila,
em torno a esmunyir-me al llit,
ben acompanyat,
ben d’hora, ben d’hora, se m’ha
tornat a esfumar el matí.
Desde cierta distancia, la suciedad, la mierda, la miseria
no huelen mal. Observándola desde lejos la pobreza tienen una patina de bohemia
que puede sonar atractiva a los artistas faltos de mejores musas e incluso, desde
la óptica superficial del turista, puede ser exóticamente romántica.
Tener la nevera vacía, vestir ropa de segunda mano, dormir
cada noche de prestado, cortarse el pelo uno mismo o andar despeinado puede ser
un viaje de aventura al interior de uno mismo, un rito de paso, o surfear en la
onda.
Aunque, cuando se supera esa distancia de seguridad que dan
los padres ricos, la mierda huele mal. Fuerte y claro se siente su olor hasta
que te produce arcadas.
Cuando no hay donde volver a rellenar los tupper, si no hay
nada en la nevera, el hambre te retuerce las tripas. Si no hay calefacción, el
frío y la humedad doblan tus huesos. Cuando nadie guarda tus espaldas ni las
cuatro esquinitas de ninguna cama, si se te desgarran las únicas ropas que
posees, te mueres de vergüenza y no puedes ir ni a una entrevista de trabajo,
ni a robar en unos grandes almacenes.
Aprendes que la bohemia, no se lleva nada bien con la
pobreza. No hay tiempo, ni lugar para fiestas con artistas y vinos baratos.
Sólo hambre, miedo, vergüenza, desesperación.
Es posible que se te agudice el ingenio, si algún día lo
tuviste, pero no te conviertes en un artista. Es mucho más probable que te
vuelvas un truhán, un borracho, un drogadicto, un ladrón o un estafador.
Si esta excitante aventura te pilla, como a mi ahora, sabes
que incluso aquí existe la dura competencia, que los comedores sociales tienen
overbooking, que los mejores lugares para dormir necesitan reserva y vigilancia
privada y que las tenues fuentes de ingresos están sobreexplotadas.
Y si la experiencia te pilla viejo como a mí, sabes que el
viaje no tiene retorno y la locura es el único destino probable.