martes, 11 de febrero de 2014

Devaluados

Entre los diestros que faenan en esta plaza, sólo el maestro Niño Becerra se arrima a la astifina verdad: Este país (o su PIB) es muy pequeño para todos y no hay cama para tanta gente. Ante esta cruda verdad, las palabras de los políticos y los prohombres del mundo de la finanzas son mera publicidad, canto de sirenas para inmovilizar a las masas antes de poderlas desballestar y rematarlas al mejor postor.
Dentro de estas fronteras, la tasa de desempleo se empina por encima del 25 por ciento, sin intención de descender en los próximos 10/20 años. Las familias atrapadas en las fauces de la tragedia, con todos sus miembros o algunos de ellos marcados por esta lacra, deberán trampear como han hecho hasta ahora en los abismos de las economías sumergidas, agarrándose a cualquier contrato basura, sujetándose a la tabla de salvación del subsidio social de 426 euros mientras la vaca pública aguante y los ricos consideren que este mínimo reparto de pan es necesario para evitar el incendio de sus ciudades.
Pero debemos saber que la decisión está tomada y el pacto con fuego sellado: Se ha devaluado el coste del trabajo en nuestras tierras y todos los trabajadores cobraremos menos por trabajar más horas, a excepción de unos cuantos grandes asalariados de corbata de seda y traje de marca. Suerte que sólo disfrutaran los afortunados, porque por debajo de ellos, entre las sombras, fuera de la lista de admisión, revolviendo entre los contenedores, una subclase sobrevivirá como ejercito zombie de reserva de mano de obra, generando el pánico entre los empleados que vivirán con temor a perder sus miserables empleos, o miedo a sufrir substanciales bajadas unilaterales en su remuneración (como los trabajadores de las lavanderías de los hospitales públicos de Madrid).
La decisión está tomada y la vampirización de las clases trabajadoras, a las que los optimistas llaman clases medias, avanza a toda máquina. Y mientras se multiplican las exenciones fiscales que pueden aplicarse los ricos, no para de incrementarse la presión fiscal directa e indirecta sobre los trabajadores, elevándose las tasas y copagos que han de afrontar hasta para reclamar, y penalizados simplemente por ser pobres con multitud de puniciones a la pobreza: sólo los pobres pagan comisiones por el mantenimiento de sus cuentas, sólo los pobres sufren peajes en sus recibos de la luz, agua o gas no proporcionales a su consumo y han de ver como cada mes suben sus recibos a pesar de sus medidas de ahorro, no encender la calefacción y pasar frío en invierno.
Un panorama trágico hoy, pero que sólo constituye la ingenua precuela de la verdadera película de miedo que nos espera una vez superados esos próximos 20 años sin creación de empleo destinada a las capas populares, cuando todos esos hogares que han sobrevivido sin cotizar a la seguridad social lleguen a la edad de jubilación con pensiones ínfimas y sin hogar en propiedad.