sábado, 30 de agosto de 2008

El dilema del picaflor

A menudo he sido acusado de un exceso de interés por las mujeres: “Toni, te gustan demasiado las mujeres” ¿Cómo me pueden gustar más de la cuenta?
No me gustan todas las mujeres.
No me gustan todas las mujeres a la vez.
Naturalmente me gustan más de una en cada momento. Aunque renuncio a conocer a muchas al mismo tiempo, porque como me gustan tanto, sólo una ya entretiene todo mi interés.
Y no imagino como a esta afición ponerle freno, ni como ponerle puertas al campo.
Es cierto que entre las desconocidas que se cruzan conmigo sobre la vía pública el número es elevado. No sólo porque la ciudad sea densa y bien surtida de fascinantes hembras de belleza tan rotunda que a su paso tuercen el cuello a todo hombre aún vivo. No porque mi juicio sea en exceso benévolo, sino porque mi sensibilidad bien entrenada también reconoce, recoge y suma todas las humildes bellezas erguidas sobre detalles pequeños, ligeras líneas o tímidas sonrisas que acaudalan mujeres cualquiera.
En las distancias más cortas, mantenerme convencido de sus bellezas es más complicado. En el tete a tete, el físico se devalúa y pierde importancia. El atractivo se compone de miles de caleidoscópicos y contradictorios matices. A mi me gustan descaradas, temerarias, delirantes, lúdicas, retadoras, combativas, pizpiretas, habladoras, intensas, profundas, soñadoras o pragmáticas...
Aún así es cierto que me faltan dedos para contar todas las que me gustan. Lo reconozco, soy culpable: un polígamo imaginario. Pero, mientras deambulo solo, sólo pienso en ti y me estremezco, pienso en ella y me despisto, me recuerdo de la otra y me deleito; pues libre soy de caminar en círculos, de ir de aquí para allá, sin avanzar un metro, siguiendo la malfamada estrategia del picaflor: libando de todas las flores abiertas, sobrevolando, extasiado, la belleza.
Y, cuando me deslumbre tu sonrisa, acabaré, como la polilla, atrapado por tu luz, con mis alas chamuscadas, enamorado y casi ciego aplastado contra tus brazos.

jueves, 21 de agosto de 2008

Firme opinión

Toda la vida que queda me la pasaré buscando una razón para ser como soy: cabecita melón, oído zapato, siempre estropeando esta canción.
Toda la vida que resta estaré buceando a libre pulmón por lo profundo de mi mente, muchos peces, alguna sardina, plena introspección.
Toda la vida que queda perseguiré mi modesta visión de la perfección, mi utopía chiquita, mi cómoda morada: Viva la revolución.
Toda la vida que resta echaré más leña al fuego de la ciega pasión, viva la combustión, y cuando no arda la llama, por defecto, un buen revolcón.
Toda la vida que queda me dejaré fluir, zen de salón, que me arrastren las olas, que me lleve el viento, como a una veleta que señala siempre la misma dirección.
Toda la vida que resta, mantendré está posición. Toda la vida que queda, pensaré lo mismo, con igual tesón. Toda la vida que resta, inquebrantable, sin rendición. Y a partir de mañana, quizás, una nueva opinión.

lunes, 18 de agosto de 2008

Welcome Home

Fin de trayecto. Regreso a casa con los ojos verdes, azules y grises. Bosques nórdicos, cielos azules, asfalto gris. Mojado hasta los huesos. Las piernas castigadas. Satisfecho de haber alimentado a la mitad de los mosquitos de Finlandia. Renos que casi se pueden tocar con las manos, el círculo polar ártico y toda el agua de los 1.000 lagos. Satisfecho del esfuerzo. Asombrado de los recursos que guardaba, sin saberlo, en el armario. Las rodillas aún temblando. Feliz y cansado. Ya no son nada los cientos de kilómetros recorridos. Todos caben en mis recuerdos. Descansa mi bicicleta con las ruedas deshinchadas. Duermo todo el cansancio. Pero ya sueño... con volver a llevar el viento a la espalda, con atravesar lentamente otro lugar remoto.