domingo, 31 de octubre de 2010

Una hora más

Nunca lo hubiese pensado, pero el reloj no era tan mala gente, el reló hoy nos ha regalado una hora más. Una hora perdidos dentro del inmenso universo comprendido entre mi colchón y tus sábanas.
He abierto una mínima parte de un ojo, para escuchar como la lluvia acariciaba suave la acera de la calle, he sentido un ligero atisbo de frío, insignificante, pero suficiente para justificar ceñirme a tu talle, y, en ese mismo instante, tus manos han empezado a rizar mis cabellos. Seguro que ya llevabas un tiempo velando mi sueño, esperando impaciente para amanecer conmigo.
Mis manos han buscados tus pechos minúsculos, por el simple placer de ver estirar sus puntas hacia el campo de batalla. He mordido tu cuello hasta desatar la incontrolable marea con la que me anegas. Pero tu no me has hecho caso, una y otra vez, jugando, me has negado el camino que lleva a la fuente donde me sació. Reinando desde encima de mi, te aprovechabas de tu súbdito, tensando la cuerda, ahora cerca, ahora tan lejos.
Sujetado por las muñecas, atado a tu potro de tortura, has comenzado a morderme, descendiendo desde el cuello, entreteniéndote en mis inexistentes pechos, hasta llegar al lugar donde se concentra mi sangre cuando te veo. Te has aferrado fuerte a mi carne, has apretado y sacudido tus propiedades, mirándome desafiante a los ojos, has reconocido mi entrega y has dejado de mirarme.
Tu lengua se ha deslizado veraz por encima de la piel donde su presencia me duele más. Malas intenciones de depredadora, dientes afilados, destreza carnívora, la de tu boca, arqueando con sus susurros mi columna vertebral. Y mientras tus ojos marinos me amenazaban con que me ibas a derrotar, yo claudicaba y me dejaba manar.
Gloriosa como guerrera, para que se recuerde tu nueva victoria, dibujas con tu lengua sobre mi piel extraños jeroglíficos conmemorativos usando mi pintura salada, que luego, en un gesto de perdón y generosidad, intentas borrar con tu piel, hasta que quedamos pegados, mientras que yo busco desesperado respirar desde entre tus labios.
Fotografía: Olaf Martin

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