domingo, 7 de septiembre de 2008

Sobrevuélame

Tu cometa ya había sobrevolado mi cielo con anterioridad. Pero no pude verte, estaba nublado. Yo estaba nublado. Ahora, con cadencia matemática, retornas sobre mi cielo nítido. Me prendo de tu cola. Me coges de tu mano. Te sigo. Alrededor de la cena, cuentas de la primera vez que nos vimos. Y me sorprende la nitidez de tu recuerdo. ¿Cómo puedes acordarte de lo que dije? Sonríes. Te sonrojas. Es evidente. Has pensado en ello más de lo aconsejado. Yo ya no soy el mismo –te advierto- todo a mi alrededor ha cambiado. Niegas con la cabeza. “Déjame que te busque la diferencias” me dices mientras apresas mis manos sobre la mesa. Muerdes las puntas de mis diez dedos y antes que me pueda dar cuenta, me arrastras calle abajo, me muestras el vuelo de tu falda y yo a él me engarzo. A la vuelta de una esquina, abres una puerta con una llave y me encierras. No sé más nada. Pasa el tiempo. Vuelo entre el polvo estelar de la cola de tu cometa, veo bajo mis pies todos los planetas. Y cuando despierto lo único que veo es tu espalda desapareciendo en el control de pasaportes del aeropuerto y yo con la boca abierta, haciendo cuentas con los dedos, intentando descifrar la ecuación que estima tu frecuencia de paso por mi espacio aéreo.

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