lunes, 14 de diciembre de 2009

Constipados o el equivocado frío de ayer

Ayer, con unos días de antelación sobre el calendario previsto, se inauguró el invierno. Cayeron las temperaturas en picado, con prisa y con saña, como si quisieran pillar a nuestros abuelos despistados o destapados para llevárselos hacia otro lado.
Ayer, mientras guardaba mis manos en los bolsillos, me ajustaba la solapa de la chaqueta y me arrebujaba en mi abrigo, la vi mirarme como pocas veces nos miran. Me miró a los ojos y no tuve más remedio que decirle: Equivócate conmigo. Y me sonrió, como toda respuesta.
Ayer, los dos ya sabíamos que el amor es efímero, que el amor es un complicado mecanismo en difícil equilibrio. Éramos conscientes de que éramos unos perfectos desconocidos, desconocidos perfectos.
Ayer ya sabíamos que las probabilidades de que fuéramos sencillamente compatibles tendían a cero.
Pero, ayer, ella decidió equivocarse conmigo. Yo no era ni mucho menos su tipo: tan serio. Ella no era ni mucho menos lo que yo andaba buscando: tan etérea. Pero aún así, ayer nos mantuvimos firmes en nuestro equívoco, en una perfecta demostración de cabezonería. Y recorrimos un largo trecho de la mano, equivocados, como todo en este mundo patas arriba, pero felices.
Pero al final, como no podía ser de otra manera, la vida nos sacó de nuestra equivocación. Y ella, aprovechando una racha de aire frío escapó por alguna rendija de mi corazón, para en poco tiempo encadenar una larga racha de aciertos, que le llevo hacia donde siempre hace calor.
Hoy, como tanto me insiste el frío, en medio de esta ola de clima siberiano, aún la echo de menos. Así que mientras busco acomodo en mi abrigo y me ajusto la bufanda asegurándome de que no esconde mi eterna sonrisa infantil, levanto despistada mi mirada esperando colisionar con los ojos ávidos de alguien dispuesto a equivocarse de nuevo. Y me encuentro con los tuyos que repiten tozudos que sólo de las equivocaciones se aprende.

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