domingo, 7 de junio de 2009

Buzo en días secos

Aún brille el sol, plena la primavera. Aún el cielo azul, y marina la arena. Aquí cobijado, la atmósfera es plomo y gris. La niebla, densa. El aire, cargado de zozobra. Y buzo soy de estos días secos. La escafandra cerca mis malas ideas y las acorrala junto a mí. Los plomos que calzan mis píes lastran mis torpes pasos, recaigo y no avanzo.
Hay días que sólo me sostiene la lectura. Sumergido en ficciones ajenas sepulto mi tiempo. Página tras página postergo las decisiones que algún día debería tomar. Párrafo tras párrafo eludo mi soledad. Soledad de terribles dentelladas.
Pero hay días que nada me sostiene, pues las palabras escritas se enturbian, mis lágrimas emborronan las letras, ciegan mis ojos ante el avance irremediable de mis miedos. Es el pavor a la soledad, irracional y atávico. Y resuenan las preguntas de las que siempre me evado. ¿Por qué he llegado hasta aquí? ¿Por qué ahora estoy sólo? ¿Por qué me siento sólo? ¿Qué hice mal? ¿Qué cuidados desatiendo?
Y desde ese preciso momento, en que se abre la caja de los truenos, soporto la rabia acumulada de un púgil, que con una sabía y contundente combinación de golpes, me va castigando. Debe ser el niño que deje de ser, quien ahora calza estos guantes que me laceran. Tantas cosas le prometí y deje sin hacer, que le desborda la rabia.
Y realmente todo este sufrimiento es en vano: cuando me adentro en mis tinieblas, ninguna respuesta encuentro. Sumergido en mi denso y fangoso dolor, no avanzo. Puedo hurgarme la herida tanto como pueda soportar apretando los dientes. Puedo aquí instalarme, nada cambia. De todas formas aunque me devano los sesos intentando encontrar un motivo: No sé por qué caigo en este agujero. Sólo sé que con hambre insaciable siempre me aguarda, dispuesto a deglutirme. Sólo sé que volveré a caer. Sólo sé que igual que desconozco el camino de entrada, ignoro donde queda la salida. Y sólo me esperanza la certeza de saber que no permaneceré mucho tiempo en esta botella varada en medio de la nada, pues hay una especie de principio de Arquímedes que me obliga a flotar, a fluir y a remar contracorriente en busca de los rápidos de aguas cristalinas donde eligen morir los salmones.
Ilustración: Shaun Tan

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