jueves, 30 de octubre de 2014

Otoño

Ahora que es inevitable que la noche se nos eche encima más pronto, que los puestos de castañas asadas nos parezcan ridículos, sólo encuentro coherentes a las hojas de los árboles, que siguen cayendo, a pesar de todo, secas y por estricto orden de aparición, para sembrar las aceras de satinados colores crujientes.
Todo lo demás me parece extranjero:
Las conversaciones de las adolescentes sobre sexo como distracción anodina. Las preocupaciones de los colegas por sus planes de pensiones. Las cavilaciones de la vecina por el encaje de una nueva pieza en su decoración. Las injusticias de las decisiones arbitrales en los encuentros familiares. Las fórmulas filosóficas debatidas concienzudamente en los bares. Las recetas escuchadas en los mercados para encarrilar el asunto. Las estrategias paranormales que estrenan para adormecer nuestras voluntades. La realidad aumentada de los cromos que intercambian los enanos. Los malabares diarios para esconder mi mueca de hastío en algunos lugares.
Por lo que todo enseguida se me cae en el olvido.
Y en un día tan claro como hoy, bajo el sembrado de cirros, sólo recuerdo:
El olor de tu pelo. El mohín de tus labios mordiendo el vacío. El peso de tus carnes desvanecidas. El resto, ya no lo vivo como un niño.

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