martes, 14 de abril de 2009

Amnesia selectiva

No miro, en las mañanas, mi imagen reflejada en el descascarillado espejo. Así amanezco. Engañado por el recuerdo de lo que nunca fui, por la imagen que a mi mismo me vendí. Olvido. Descarto las grietas que crecen silenciosamente en las paredes cansadas de mi vieja casa. No atiendo a la caída continua de mis carnes maltratadas. No me fijo en el repliegue persistente de mi piel al borde del abismo de mis ojos, o sobre la comisura de mis labios. Oculto bajo mi desenfrenada melena el avance progresivo de mi frente yerma. Y me refugio en los rayos de sol y en las sonrisas dulces y amables, aferrado a mi férreo engaño: el tiempo pasa por otro lado.
Como todos he aprendido a ignorar mis defectos, con la misma perfección con la que descubro el truco de los otros magos. Convivo sin dificultad entre las limitaciones de mi débil carácter, sin dejar de regodearme en amplios comentarios sobre la paja en el ojo ajeno.
Especialista en embaucar solo muestro mi perfil más bueno. Y le mantengo firme la mirada a las fauces de la vida, aunque los dos sabemos que juego de farol, que mi cartas son malas y que mi as escapo de mi manga.
Paso de puntillas por las horas del día, no permanezco quieto mucho bajo una misma mirada, me muevo todo el tiempo y hago mucho ruido. Oculto el retrato de mi Grey. Nublo tus sentidos y eres tu quien te engañas y piensas: ese es un buen chico.
No miro, por las noches, de vuelta a casa, mi rostro cansado, mi ambición vencida, mi utopía abollada, mis dichas desdichas. Sino que plancho mis camisas y almidono mis mentiras finamente tejidas. Me refugio en el recuerdo de lo que no soy y en los abrazos con los que me acaricias. Olvido, así anochezco.
Imagen: Courbet, autoretrato

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