viernes, 7 de agosto de 2009

Ferroagosto

Cierran las persianas por vacaciones. Todos los teléfonos se desgañitan en horario de oficina. Las secretarias de guardia contestan que no queda nadie en casa, que no saben nada. Respuestas automáticas nos avisan que nuestros mails no serán leídos hasta nuevo aviso. Se acabó el curso. El mundo se toma un descanso y respira hondo.
Los periódicos adelgazan hasta el límite de la anorexia, mientras engordan a las serpientes del verano. Miles de millones malgastados en fichajes, torneos de verano, reposiciones y programas malos. Todo el pescado ya esta vendido o se ha podrido. Nos vamos dejando el país tomado por los turistas y la economía suspendia de un hilo. Alea jacta. Surcará estos días siguiendo las órdenes del piloto automático.
Mientras tanto, aquí, imposible caminar con este bochorno. Cae un sol de justicia, que sólo impacta sobre los turistas, que esforzados no paran de hacer su trabajo, de andar de aquí para allá. Y tras sus bolsillos, acechando como buitres, se amontonan los carteristas.
Los indígenas nos resguardamos bajo la sombrilla, perfeccionamos nuestro complejo sistema de estirar la siesta a pierna suelta, debatimos sobre el porcentaje exacto de cerveza que tiene que llevar una clara bien tirada. Y esperamos que pase el calor, que pase todo este tiempo libre lo más rápido posible.
Y después de cuatro días de vacaciones y los bolsillos vacíos, en este verano de la crisis, solo pensaremos en volver al cole y encontrarlo todo como estaba. La empresa sana y salva. Los restos los echaremos en septiembre.

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