viernes, 1 de enero de 2010

2010, un hombre

¿Por ejemplo? ¿Qué significa ser un hombre? En esta década. En una ciudad. En medio de este cambio constante, que permite que las cosas importantes siempre sigan igual. En medio de esta masa de gente hambrienta, siempre con ganas de más. Sometido a presiones continuas, que nos quieren guiar, por un camino que no quisimos andar. Dentro de este sistema perfecto, que se autorepara y recrea para garantizar que siempre permanezcan los mismos en el mismo lugar. Bajo un poder organizado, que decreta lo que está bien o lo que está mal. Que destinaba miles de millones a gastos militares contra brumosos enemigos extranjeros, pero permite el tráfico de armas, de drogas, de divisas y hasta de seres humanos. Que divide a las personas entre desarrollados y hambrientos. Que dilapida los recursos naturales, impulsando un consumismo insensato de cosas frugales. Que malbarata a millones de personas, negándoles la educación necesaria para ser ciudadanos y empujar de este carro.
Y en cambio ese hombre se encuentra, aquí y ahora. En el mejor momento de su desarrollo, tras un largo y penoso camino que se inició en el mono, o hace muchísimo más tiempo, más allá de la ameba. Un hombre que conoce los cambios que pueden provocar sus esfuerzos y los pensamientos de millones de seres humanos. Un hombre que conoce el valor de las palabras, la fuerza de un verso, el peligroso impacto de una canción. Un hombre que no ignora el último fracaso de las esperanzas radicales; pero que aún así es consciente de la absoluta necesidad de una nueva adaptación, que digan lo que digan, se llamará, como siempre, revolución. Un hombre, que a pesar de las letanías mil veces repetidas, reconoce el peso de la violencia en la historia y su necesidad como elemento desencadenador.
¿Le negarás el derecho a soñar? ¿Le pedirás que trabaje, observe y, a pesar de todo, calle? ¿Le exigirás que se contente con comprar? Que en medio de este desastre tan fácil de mejorar, guarde sus manos en sus bolsillos y regrese a casa, cabizbajo, sin fuerza para mirar a sus hijos. O le pedirás que señale con el dedo a los culpables y los intente derribar.
Parafraseando a Saul Bellow, en Herzog, 1964.

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