domingo, 31 de enero de 2010

Tiempo pétreo

Tiempo de consistencia pétrea. Deriva magmática de los continentes. Consciencia de la eternidad que separa un tic de un tac. Ahora, que nada pasa en este bajel aplastado por la calma chicha.
Invierno. Escarcha, escasez, helada. Hiberno, aletargado, como los animales que se esconden de las inclemencias del tiempo, suspendiendo la vida en un silencio absoluto que parece extender al absurdo el lapso que separa un sístole y del diástole siguiente, dentro de nuestro pecho cadente.
Celda, hueva, crisálida, capullo. Donde se resguarda la babosa y reconstruye el gusano, en un intento ciego de decantar la esencia del ser que intenta transformase: dejar de ser, para continuar siendo. Obligado a un cambio continúo que le impone su esencia de búsqueda constante del espacio aéreo. Pobre Sísifo!
Retiro, aislamiento, cédula, desde donde no se escucha o se desestima oír el continuo devenir del tiempo. Pero aunque hagamos oídos sordos a las brisas y al viento, las cosas pasan allí fuera, lejos de nosotros, que, ingenuos, intentamos en un salto imposible suspendernos en el limbo, ajenos.
Renuncia premeditada a unas hojas del calendario, que caen a nuestros píes inmaculadas, malgastadas. Placer de viejos y monjes contemplativos.
Sólo sostenible desde la inexpugnable certeza de que allá fuera la vida continua inalterable y ajena, que allá fuera la vida continua imperialista y evangélica contaminándolo todo, colonizando la muerte, lo inerte, obligando a la materia cansada a volver a la vida, a devolver la energía, que no puede renunciar, sino sólo transformarse.
Y por tanto palidezco tranquilo, buscando los cansados rayos del herido sol de invierno, para calentarme ajeno, despistado, de soslayo… mientras espero que la marea de la vida me arranque de mi concha y me devuelva a los vaivenes de la viva marea hasta que, de nuevo, reencuentre la Pleamar.

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