viernes, 17 de junio de 2011

La resistencia de las ranas

Si una rana salta sobre una olla de agua hirviendo, de un salto sale de ella. Nada la engaña y escapa del peligro. En cambio, si una rana cae en una olla de agua tibia y la temperatura del agua va subiendo, la rana permanece en ella, resistiendo la tortura. Sudando pero resistiendo, no se mueve hasta que ya es demasiado tarde y perece.

Nosotros no somos príncipes azules, pero tampoco indefensas ranas en manos de otros crueles reptiles. Nosotros, los peatones, también reaccionamos más fácilmente ante un abuso violento, repentino y manifiesto. A nosotros, los ciudadanos, también nos cuesta más (ocupados como estamos por circunstancias banales como sobrevivir, ver crecer a nuestros hijos, cumplir alguno de nuestros sueños y, de tanto en tanto, respirar) advertir cómo, poco a poco, los poderosos van mermando nuestros derechos tan difícilmente conseguidos.
Nosotros los anónimos, atareados como estamos en ganar el dinero suficiente para hacer frente a todos los recibos y llegar a fin de mes, o distraídos como caemos por tantas cosas que nos llaman la atención en este maravilloso planeta y en este maravilloso siglo que nos ha tocado en suerte vivir, somos fácil presa para sus malas intenciones.
Así, que como monos de goma resistimos cada vez que nos dan más leña y nos aprietan una vuelta más la tuerca; pero se olvidan que existe un umbral para nuestra paciencia, un límite para despertar nuestra rabia, como mecanismo de autodefensa.
Esa línea roja ya se ha cruzado. Cada día la minoría silenciosa y borreguil está más desnutrida, por lo que se producen continuas escisiones y ya se escuchan por todas partes los aullidos de los otrora pacíficos corderos.
Los que más padecen, los que están al borde de la desesperanza y el desahució, los que temen por el futuro de sus vástagos reaccionan, protestan, se defienden.
Los que simplemente despiertan y se dan cuenta de que sus derechos son menos ahora que hace unos pocos años, que los ricos llevan tiempo con las manos en sus bolsillos, planeando como robar los sueños a sus hijos salen de la olla, bajan de la inopia, toman las plazas y protestan indignados.
Cada día más familias están al borde del límite del sufrimiento humano, cada día más peatones despiertan indignados, cada día más ciudadanos conocen el truco de los trileros descarados que les esconden su futuro con cualquier excusa. Cada día está más próxima la revuelta contra los batracios.

Ilustración: Alejandro Villen

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