sábado, 26 de mayo de 2012

La victoria del salitre

“El salitre no tiene límites. Mucho menos compasión. Destruye las palmas, los cocoteros, cualquier árbol, el más robusto, con más eficacia que las ráfagas y los rayos de las tormentas. El salitre hace que la flor más bella se deshoje enseguida, como algo despreciable, sin la gracia de las flores desmayadas de los versos de Darío. Entra en la piedra de los edificios, la carcome. Carcome con más saña que los animales que han sido creados con esa única misión. Se mezcla con la brisa. Abre, por tanto, las puertas, destroza las ventanas, los goznes de las ventanas, que un día dejan de cerrarse y caen al pavimento carcomido. El salitre también se cuela en las aceras y en los pisos (aunque sea de mármol), los fuerza a perder el aspecto urbano y elaborado, y los convierte en pura piedra, arrecife. El salitre vuelve porosos los cristales y acaba con las fotografías, mejor aún si son de algún querido antepasado. Y despedaza los techos. Y si puede con las piedras, ¿cómo no va a conseguir que se doblegue el hombre que ha tallado las piedras? El salitre es una catástrofe que aguarda y no desespera. Carece de la fuerza dramática de ciclones y maremotos. Es por eso un portento aún más temible. El salitre puede devastar una ciudad. Sólo hacen falta años. No muchos. Y una gran resignación”. Ahora no es el salitre quien deshace lo que teníamos, quien corrompe y degrada las piedras y pilares, que con tanto esfuerzo, nos sostenían; pero lo hace gracias a nuestra resignación.
  
Prestado de Inventario secreto de La Habana, de Abilio Estévez.  

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