jueves, 4 de septiembre de 2014

La mirada perdida

Nace pura la mirada de los niños. Nacen los bebes casi ciegos después de ser fabricados con tanto amor en la más íntima oscuridad. Tardan días en poder acostumbrarse a la cegadora luz, en delimitar los contornos de las sombras, en identificar los volúmenes. Y luego tardan años en aprehender la realidad, en mesurar los contornos, en poder dilucidar donde empieza una cosa y termina la otra. Muchos años en comprender una perspectiva, en poder enfrentarse a un horizonte sin huir ni petrificarse.
Tardamos años en educar la mirada de los niños, en indicarles las cosas ante las que han de cerrar los ojos horrorizados, en enseñarles cuando deben mantener la mirada fija sin bajar la cabeza o dar un paso atrás.
Tratan durante años en adiestrar la mirada de nuestros hijos, intentan de todos modos y por todas las maneras ponerles orejeras, para que no se distraigan en otra cosa que no sea la zanahoria que los arrastra en el camino que mueve su noria, y evitar que se entretengan en la belleza de lo diverso o se emboben en el hechizo de los desconocido, en la tentación de lo prohibido.
Pero sus técnicas de propaganda superan los desvelos de los padres más avezados y ensucian la resistencia de sus miradas, las hacen inmunes a la tragedia, el dolor o la violencia, las hacen adictas al consumo y la rápida satisfacción, las enfocan hacia una meta vacua, la desenfocan para que no entiendan nada más.
Sólo así puede mi limitada razón entender la imagen que ilustra este texto. ¿Cómo si no pueden estos jóvenes disfrutar satisfechos de su horizonte? Las casas de Gaza haciéndose añicos bajo sus bombas. ¡Que inmesa derrota!

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