jueves, 24 de julio de 2014

Sueños sepultados V, lo perdido

¿Quién iba a decir que lo levantado en tantos años podía caer de un único manotazo? ¿Cómo íbamos a pensar que la distancia recortada con tanto esfuerzo se desvanecería en un instante y volveríamos al punto de partida?
Si miro atrás para buscar una explicación, se me queda cara de tonto. Si miro alrededor e intento hacer un diagnóstico de la enfermedad o un inventario de los daños, se me saltan las lágrimas.
Me esfuerzo en convencerme e intento negarlo, pero aunque entierre la cabeza bajo el ala, los años del bienestar donde los trabajadores podían aspirar, a cambio de su esfuerzo, a comodidades cada vez más sofisticadas, más alguna alegría o capricho extra se han evaporado. El momento en que los trabajadores honrados, a cambio de su sudor, podían ambicionar romper de un golpe su techo de cristal y medrar por sobre de lo que habían sido sus padres ya quedo atrás. Los días en que los trabajadores podían esperar, a cambio de su sacrificio, simplemente una vejez tranquila y un futuro más próspero para sus hijos se han diluido en un espejismo efímero que no regresará a ser real.
Después de un largo camino de sudor, sangre y lágrima, habíamos acortado la distancia media que nos separaba, como trabajadores, de los que cortan el bacalao. Parecía que no sólo se habían erradicado las castas, las clases o las desigualdades por género y raza, sino que todos con un poco de esfuerzo podíamos aspirar a una vida sin preocupaciones y con pequeños lujos. Pero todo fue una ilusión, la democracia resultó ser una pantomima publicitaria y en el mundo feliz que habitábamos no tenían las mismas cartas un alpha+ que un epsilón.
Por lo que en este país, en estos últimos meses, los millares de epsilones vivimos temblando como cabras, buscando un resguardo imposible ante el chaparrón que nos está cayendo mientras que soportamos el daño que nos produce a nosotros y la memoria de nuestros ancestros la perdida de los derechos que ya nunca más obtendremos: Educación de calidad y con atención a la diversidad. Cuidados medidos curativos y preventivos con tiempos de espera justificables. Acceso a la justicia sin diferencia de capacidad económica. Cobertura social mínima ante las adversidades imprevisibles. Poder decidir sobre nuestra cuerpo. Protestar sin miedo a las represalias. Una vejez sin apuros.
Y hemos de cerrar los ojos al mirar hacia delante horrorizados por el deja vu que nos impone una paleta de grises, imágenes del No-do, en un mundo donde las desigualdades crecen exponencialmente, la malnutrición infantil avanza por territorios donde ya no se le recordaba, se ha desahuciado al estado del bienestar y colas de desheredados en procesión piden limosna en los portales de la caridad y la misericordia.

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