martes, 8 de julio de 2014

Sueños sepultados II. House balloom

Cuando éramos tan sólo un poco más jóvenes, alquilar una vivienda era como tirar el dinero y el precio de las casas no bajaba nunca, que el ladrillo era un negocio seguro, mantras que repetía la madre hacendosa, el suegro severo, la amiga provechosa, el más espabilado compañero, la interventora de la banca ofertosa y, mientras silbaba y barría, canturreaba el portero.
Así que desde bien pequeños aprendimos a apuntar con las canicas al guash, con la pelota a la meta y con nuestros huesos a una casa en propiedad como más grande y más nueva, mejor. Algo sólido donde sustentar nuestra vejez en este mundo líquido cuando no gaseoso, algo perenne en este mundo efímero que legar a nuestros vástagos.
Y así crecimos como hormiguitas laboriosas engordando la hucha para reunir lo justo para las arras, los impuestos, la entrada y el notario. Y así paseamos nuestros noviazgos haciendo cálculos y visitando pisos recién hechos, maquetas de inmobiliarias o de segunda mano donde acababa de perecer algún abuelo hasta encontrar la casa de nuestros sueños y poder fundar la república independiente de nuestra casa.
Pero no pagamos la independencia a tocateja nuestro reino, sino que felices como perdices e igual de ingenuos que los plumíferos nos asociábamos con el diablo firmamos hipotecas a porrocientos años optimistas y convencidos por los consejos de nuestros mayores y de la humanidad en general.
Y ahora sólo quedan amargas lágrimas. El sueño de la lechera se rompió. Llego la crisis. Nos quedamos en paro y hubo que elegir o pagar la cuota de la hipoteca o sobrevivir y elegimos respirar. Y nos dimos cuenta que todos nos engañamos: el precio del ladrillo se desinflo y lo que compramos por 10 con mucha suerte valía 5 o, peor todavía, no había como vender.
Y nos echaron de casa y nos dejaron con una deuda sobre nuestras espaldas que no podríamos saldar jamás y nos refugiamos en un par de habitaciones de casa del abuelo que no se podía creer lo que nos estaba pasando y que ya no sabía si sus ojos lagrimeaban constantemente a causa de la vejez o de todo lo que tenía que ver.

No hay comentarios: