martes, 15 de julio de 2014

Sueños sepultados IV, simple architects

No todo lo que bien empieza, bien acaba. ¿Quién nos lo iba a decir? No nos vacunaron para realidad, nadie nos advirtió y la inercia pierda aceleración hasta que la vida se frena en una calma chicha de la que no puedes salir. Crecimos con los cimientos arenosos y sin cintura para capear el tsunami de la crisis que se nos echó encima.
Nos dijeron de estudiar para labrarnos un futuro próspero y lo hicimos. Nos aconsejaron que habíamos de tener un talante emprendedor porque esa era el camino para triunfar en este país de prudente y nos tiramos al monte: Casi recién licenciados, después de firmar cuatro proyectos, abrimos nuestro propio despacho de arquitectura y al principio todo fue coser y cantar.
Bailamos días de vino y rosa, cada año facturábamos más, trabajábamos hasta las tantas y los días que no nos íbamos de copas para cumplir con el mismo horario. Ganamos proyectos cada vez más grandes. Viajamos por placer y por trabajo. Nos compramos un coche que impresionaba a los clientes y trajes buenos. Hicimos planes de boda, para cerrar el círculo y que no se escapara nada, socios y matrimonio. Pedimos un crédito para hacer el proyecto enseña de nuestro despacho de la casa donde íbamos a tener tres o cuatro niños. Pedimos un crédito ICO para ampliar el negocio y aumentar la estructura de nuestra arquitectura justo en la frontera de la superficie helada, resbaladiza y quebradiza por la que se había deslizado sin esfuerzo la economía de nuestro país. Y justo después del sí quiero, estalló una crisis internacional de la que nosotros no éramos del todo ajenos, y ante nuestras narices se abrió la boca del abismo.
En un abrir y cerrar de ojos se desvanecieron los proyectos, por arte de birlibirloque los clientes quebraban y dejaban las facturas por pagar abocándonos a reclamaciones judiciales como procesiones de hinojos para ver a la santa. Nos obligaron a apretarnos el cinturón y dejar la casa a medio hacer, a cerrar el grifo y despedir a los empleados. Nadie entraba por la puerta del despacho, no se cobraban las facturas pendientes y empezamos a acumular deudas con hacienda, la tesorería de la seguridad social, el ICO y los bancos. El pufo se iba haciendo cada día más grande como una bola de nieve que vuela ladeara abajo.
Y como no estábamos vacunados, nos quedamos paralizados, petrificados, sin poder salir de nuestro asombro, mientras que veíamos como se acumulaban los embargos sobre nuestra propiedad. Como habíamos pasada de 100 a 0 en tan poco y sin tiempo para saltar.

No hay comentarios: