
Menos mal que algunas de ellas ya no están para soportarlo o han elegido el olvido para no ver como caemos en esta caverna. Menos mal que las que no son ausentes, se han arremangado y han abierto los brazos ofreciendo cobijo, cubierto y soporte a los nietos desbancados y desahuciados y su prole de biznietos, o envían el recuperado paquetito con viandas a los que emigraron al frío en busca de pan.
Menos mal que algunas de ellas arrastran sus varices, sus artrosis, sus arritmias por las calles y les cantan las cuarenta, como sólo se les permita hablar a las que peinan canas, a esos señores encorbatados que nos han cercenado el futuro.
Menos mal que ellas recuerdan. Menos mal que ellas no callan y cuentan. Y hacen de canguro de los más pequeños y les cuentas batallas de cómo era esto cuando la cosa no estaba tan mal y repiten una vez tras otra como sólo ellas tienen por costumbre donde estuvieron los errores, donde nos aprietan, donde debemos de mirar.
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