
En primer lugar, los animales domésticos, aquellos que han perdido su respeto y están bajo la continua potestad de un amo, fieles como perros que retornan palos lanzados, tontos como ovejas pacientes, o enjaulados e insatisfechos como la mayoría de los humanos.
Mas allá, los animales fieros o salvajes (ferae bestiae) que, como tú, gozan de natural libertad y pueden ser apropiados por cualquiera que, como yo, disponga de la paciencia, de las malas artes, de la fuerza, del tesón suficiente para engañarte y conseguir que te dejes acariciar.
Finalmente, existen unas pocas especies que queremos vivir en el límite, entre dos aguas. Nos llaman animales amansados (mansuatae), gozamos de libertad, pero la acotamos de motu propio. Nos vanagloriamos de poseer eso que llaman animus revertendi, y mantenemos la costumbre de volver siempre a un dominio. Elegimos un dueño y volvemos siempre junto a él, como los gatos. Nuestro amo siempre teme nuestra perdida, no confía en nuestro inevitable retorno. A ese amo temeroso e inseguro, el derecho romano le otorga la propiedad del animal, ignorando que el animal ya le ha entregado, junto a sus vísceras, su alma.
Te busco, porque quiero volver a ti. No sé donde estás, no te conozco, pero quiero volver a ti desde todas mis trincheras. Unas veces fiero, otras cansado. Unas veces en busca de guerra, otras veces para ocultarme herido en tu abrazo. No temas, no dudes, soy un animal manso mi ánimo es revertendi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario