martes, 15 de septiembre de 2009

Más espacio para las esperanzas

El cerebro es una máquina maravillosa que nos lleva a engaño. No miramos y vemos. Nos movemos por costumbre y después de una a encontramos siempre una b. Rellnams las ltras en ls txts qe leeos sin dificltad. Nos creemos lo que nos dicen, si nos lo repiten. Caminamos como burros con orejeras por no pararnos a pacer nuestras dudas más simples. Hacemos lo que esperan que hagamos, sin pensar lo más mínimo en lo que queremos hacer. Pero allí delante de nuestras narices, si miramos con curiosidad infantil, como si todo fuera nuevo a estrenar, hay más de lo que pensamos. Más soluciones que problemas.
Pues este sólido sistema donde todo está atado y bien atado, tiene cientos de grietas por donde se cuela el aire fresco, por donde se escapan los divergentes y, a pesar de la férrea vigilancia, regresa la proscrita esperanza. Y en contra de lo decretado, a pesar de que todo está dicho y el final de la historia anunciado, este cuento acabado se resiste a morir arrodillado y, en píe, grita que otro mundo es posible y que en esta historia interminable, todo punto es tan sólo un nuevo punto y seguido.
Porque más allá de lo que vemos, hay un espacio fronterizo donde el sol calienta y la tierra rebelde se mantiene incólume y aún no se ha dejado clavar ninguna bandera. Hay lindes, umbrales, baldíos okupados, oscuros intersticios que no se pueden ni vender ni comprar, donde se han incendiado todos los intentos de instaurar un registro de la propiedad, donde todos los medios justifican otro final. Un espacio indómito e innombrado donde el intercambio de conocimiento es gratix y todavía no se pagan ni tasas ni impuestos, quizás sólo una caña en cualquier bar.
Un espacio al margen del bien y del mal, en las tranquilas aguas de la alegalidad, donde fluyen los sólidos y se solidifica, poco a poco, lo etéreo. Plazas fuertes, ágoras revisitadas, donde las ideas no se descartan sin discutirlas. Lugares salpicados aquí y allá, en las orillas de las ciudades, en las esquinas de los bosques, en los márgenes de los cultivos o en los márgenes de los cuadernos escolares, donde se posan las ideas más peregrinas. Y hoy descansan y mañana arraigan y brotan pasado mañana. Es a estas orillas a las que llegan todos los mensajes encerrados en botellas desesperadas. Es en los rincones olvidados de la cultura subvencionada, en los fragmentos de los edificios derruidos que guardan la memoria de lo que pudo ser, en la memoria rescatada de los valientes que perdieron las anteriores batallas, en el recuerdo de lo que está bien. Es en esos territorios fragmentados que salpican el mundo real y el mundo virtual, donde se resguarda la biodiversidad de toda la fauna fantástica, se depositan las llaves extraviadas de todas las utopías y descansa mi esperanza en la humanidad, engalanándose para recibir a los niños que la harán realidad.
Imagen: Tubérculo, de Carmen Calvo

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