domingo, 30 de mayo de 2010

La importancia del relato

En este mundo de prisas, no se acostumbra a dedicar el tiempo necesario para saber quienes somos, es más rápido y más fácil escuchar que dicen que somos. En el mercado ese papel lo realizan las agencias de rating. Ellas dicen lo que valemos y otorgan o sesgan la confianza que depositan en nosotros los inversores. Estos años España había gozado de su cariño verdadero, ese que se compra con dinero. Y nos habíamos esforzado mucho por agradar a estas suegras despiadas. Entre otras cosas, no crecieron nuestros salarios mientras duraron las vacas gordas. Pero ahora empiezan a decir que no somos fiables, que no valemos nada. Y toda nuestra suerte está en manos de su relato, en lo que cuentan por allí, en los corrillos de los mercados.
Es triste que el PIB de una nación dependa de lo mismo que la honra de una doncella decimonónica, de los dimes y diretes de las alcahuetas que venden remedios y pócimas ponzoñosas en las esquinas más oscuras de los mercados. Decían que las agencias de raiting eran objetivas e imparciales, pero ¿quién puede hoy creer en su imparcialidad, cuando la crisis ha sido provocada por sus engaños en la valoración de empresas privadas y deudas públicas? ¿Quién puede hoy creer en los juicios del mercado, cuando cuatro operadores de fondos de inversión emborrachando su ego en una cena en Nueva York pueden decidir atacar una moneda o un país? Pero nadie consigue ponerle el cascabel al gato.
Y que nos queda para aguantar el envite y superar sus embustes, sus rumores y sus engaños. Ellos dicen bajo los balcones y en los portales que la economía española está al borde de la bancarrota, que si nuestro déficit público, que si nuestra balanza de pagos, que si nuestro endeudamiento familiar, que si nuestra estructura económica. Dicen que todo lo hacemos mal, que todos nos duele, que no nos podemos levantar. Y a nadie le importa que nuestros números sean mejores o igual de malos que algunos de los grandes. Tan buenos o tan malos como Gran Bretaña o Holanda.
Pues ante sus mentiras sólo queda nuestro relato. En este momento, dejémonos de cuentos, el enemigo está fuera, y hemos de defender la marca. Y la marca es España, más que nos pese a unos cuantos, pues todos dependemos de recuperar la triple A de nuestra deuda. Así que hay que estar a favor de la roja. Nuestros productos son los mejores. Nuestro sistema financiero el menos dañado. Nuestro gobierno el más acertado. Nuestros empresarios los más diestros, los más innovadores. Nuestros obreros los más entusiastas, los más abnegados. Nuestras playas las más hermosas. Que los trapos sucios ya los lavaremos en el vestuario, de puertas a dentro. Eso sí, si ven a un especulador financiero, denle, bien fuerte, mis recuerdos, que la española cuando besa, es que besa de verdad.

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