jueves, 10 de junio de 2010

Voracidad

Nada sacia a la bestia. Su apetito es infinito y continuo. El hambre la tortura de tal modo que le impide cualquier recato. Debemos descartar que se imponga cualquier límite, debemos desdeñar que respete ni lo más sagrado. Devora a nuestras hijas, no hace ascos a nuestras ancianas. Las mandíbulas del monstruo no pueden ni por un segundo dejar de mascar, parar de triturar. Y si un día acaba con todos y cada uno de nosotros, no dudará en fagocitar a sus hijos. E incluso cuando ya no quede nada lo veremos consumirse asimismo, empezando por sus pies. Tal es su ansía.
Temed. Este monstruo es real y nos rodea. Ya nos devora, nos exprime, nos sustenta y nos absorbe. El sistema capitalista dirige nuestras vidas, mientras nos digiere. Su voracidad no tiene límite. ¿Qué puede satisfacer a los capitalistas que no pueden gastar sus fortunas ni en miles de años que vivieran? ¿Qué gula les domina para que aún saciados continúen sangrándonos y desgarrando el planeta?
Estos pocos hasta dónde llevaran el sufrimiento impuesto a tantos, un sacrificio que tan poca satisfacción les provoca. Ya han dejado a ¾ partes de la humanidad bajo el umbral de la pobreza, ya condenan a miles de niños recién nacidos al hambre en vida, ya extienden su sufrimiento cada día a más países, y atacan constantemente cualquier construcción del estado del bienestar hasta en Europa, sacrificando la salud de nuestros enfermos, las pensiones de nuestros viejos, la educación de nuestros hijos.
¿Hasta cuándo los muchos atemorizados, como en los cuentos, llevaran de motu propio a sus vírgenes maniatadas a la entrada de la guarida de la alimaña? ¿Cuál será el esfuerzo máximo que podrá sostener el vulgo antes de crujirse, transformarse y devolver el golpe a dentelladas?¿Quiénes son los sabios que recomiendan a nuestros débiles y míseros gobiernos que nos aprieten las tuercas? ¿Quiénes los eligen, los señalan y los proclaman sabios? ¿Quiénes y por qué les pagan para que den siempre los mismos consejos y apliquen la misma receta a base de aceite de ricino a todos los países desdichados? Y sobre todo ¿dónde viven, por dónde pasean, dónde juegan esas sierpes? ¿Cuáles son los nidos ponzoñosos que debemos quemar o hacer volar? Señalémoslos. Marquemos a las alimañas para que no se acerquen a nosotros, para que les teman nuestros niños y crezcan aprendiendo a tirarles piedras. Eduquemos la ira del pueblo para que, sensato, se enfrente a la hidra.

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