martes, 31 de agosto de 2010

Aborreced el pasado

Finalizadas las vacaciones, nos lamentamos durante largos días de la pérdida de nuestros deleites. Agotado el romance, nos arrastramos por el barro de la autoconmiseración durante semanas ante el injusto cierre patronal del cielo prometido. Nos aferramos al pasado. Esa naturaleza muerta que ya nunca podremos visitar. Pero recordemos que el pasado ya no es nuestro negocio, porque ya no podremos sobre él actuar. Borges ya nos lo advirtió: hasta Dios es impotente respecto al pasada, ya que ni siquiera Él puede modificarlo.
Despreocupémonos, pues, del pasado. Lo que nos interesa es ese presente que malgastamos en la melancolía, la rememoración y el recuerdo, mientras inundamos de baldías lágrimas las inocentes esquinas. Y, sobre todo, preparémonos para el futuro mejor.
Despreocupémonos del pasado del que hemos sido expulsados, porque éste nos posee. Pues de sus lodos estamos hechos. Con sus aciertos, con sus errores estamos tejidos. De sus lecciones, de nuestras reacciones bebemos. De lo olvidado, aprendemos. Pues sólo somos el relato de lo pasado, lo que del contamos y lo que del obviamos. Fruto del pasado, aferrémonos al fugaz presente, preparémonos para domar al indómito condicional hacia el futuro mejor.
Vivamos el presente, ahora, instintivamente, automáticamente, con alegría, con hambre, para cambiar nuestro futuro por sólo un instante, justo antes que se vuelva pasado y sea pétreo, fósil e inamovible, mientras las hojas permanecen en los árboles y las sorpresas en vilo. Salerosos, sin mirar atrás.

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