
Por suerte, todos lo olvidan. Nadie aprende. Es cíclico. Y desde los oscuros tiempos de las cavernas, seres minúsculos, que podemos denominar peatones, toman periódicamente las plazas, retando el orden sacrosanto, para contrastar sus visiones, para tejer nuevas y coloridas hipótesis, para dudar sobre la inmovilidad de los astros o del tiempo, para preguntar sobre el sentido de tener hambre sin quejarse, para mofarse de las ridículas limitaciones que intentan poner esos gorilas pretenciosos al paso del tiempo. Pero, sobre todo, para dar luz o para dar a luz nuevos caminos, nuevos futuros.
Es cíclico. Siempre sucede igual. Al principio tomar las plazas cuesta trabajo, sacrificio, incomprensión, dolor y golpes. Los establecidos miran por encima del hombro a los nuevos, porque visten distinto, hablan diferente y piensan nuevo. Pero luego, la fuerza de las palabras se desborda, la razón se contagia como un virus inevitable, conquistando hasta al individuo más reseco. Y al final, siempre pasa lo mismo, los gorilas son denostados y maltratados por la historia y los peatones celebrados ponen nombre a las plazas. Pero cuidado, hoy la tierra es redonda, mañana habrá de nuevo otros gorilas. Es cíclico este avance continuo.
Gracias a las personas que hacen posible que la esperanza acampe en nuestras plazas.
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