
La amnesia colectiva cubrió los buenos propósitos de refundación del capitalismo desde el mismo momento que, tras la estampida, volvieron a llevar a todas las ovejas al cercado. Y ahora justifican sus despropósitos sobre el apoyo que reciben sus propuestas por parte de la mayoría silenciosa, una multitud capaz de seguir a estos fatalistas hasta el precipicio y más allá, convencidos ante la cansina reiteración de la necesidad del mal menor.
La doctrina del pánico impuesta por los agoreros contadores de desgracias futuras ha puesto a la población en la misma situación del cervatillo sorprendido por las luces de nuestro automóvil: paralizada y temblorosa, abandonada a su suerte, esperando resignada el inminente atropello.
De esta forma, la incauta población, entre susto y muerte, se aviene a aceptar como necesarios recortes en servicios y derechos, incrementos lineales de impuestos no redistributivos (IRPF y IVA), privatización de cultura y la educación, o copago sanitario; sin cuestionar que estas medidas de “esfuerzo colectivo” no sirven para salir del pozo.
Es por tanto necesario cambiar el relato y destronar a los gurús y pastores que, como sólo ven una salida en la contención del gasto, nos conducen al matadero. Es necesario poner al mando de esta estampida de ñus al más optimista, a aquel que confíe en el crecimiento asistido por la inversión, en el euro, en Europa y en el género humano, y que haga oídos sordos a los enterradores y a las aves carroñeras. Sólo el optimismo nos permitirá llegar a las verdes praderas del Serengueti, pues siguiendo al cortejo fúnebre sólo llegaremos al entierro.
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