viernes, 9 de diciembre de 2011

El silencio de los borregos

Aunque oculten la evidencia bajo la alfombra, todos saben (pero no reconocen) que ni los fútiles gobernantes, ni los reputados académicos de las universidades de referencia, ni los gurús de la economía, ni los directivos de Standard & Poor’s tienen la más remota idea de cómo salir de esta crisis. Pero aún así, se empeñan en exprimir una receta que ya ha demostrado de sobra su ineficacia y ha llevado a otros pacientes de la enfermedad, al sufrimiento, y de allí a la ruina.
La amnesia colectiva cubrió los buenos propósitos de refundación del capitalismo desde el mismo momento que, tras la estampida, volvieron a llevar a todas las ovejas al cercado. Y ahora justifican sus despropósitos sobre el apoyo que reciben sus propuestas por parte de la mayoría silenciosa, una multitud capaz de seguir a estos fatalistas hasta el precipicio y más allá, convencidos ante la cansina reiteración de la necesidad del mal menor.
La doctrina del pánico impuesta por los agoreros contadores de desgracias futuras ha puesto a la población en la misma situación del cervatillo sorprendido por las luces de nuestro automóvil: paralizada y temblorosa, abandonada a su suerte, esperando resignada el inminente atropello.
De esta forma, la incauta población, entre susto y muerte, se aviene a aceptar como necesarios recortes en servicios y derechos, incrementos lineales de impuestos no redistributivos (IRPF y IVA), privatización de cultura y la educación, o copago sanitario; sin cuestionar que estas medidas de “esfuerzo colectivo” no sirven para salir del pozo.
Es por tanto necesario cambiar el relato y destronar a los gurús y pastores que, como sólo ven una salida en la contención del gasto, nos conducen al matadero. Es necesario poner al mando de esta estampida de ñus al más optimista, a aquel que confíe en el crecimiento asistido por la inversión, en el euro, en Europa y en el género humano, y que haga oídos sordos a los enterradores y a las aves carroñeras. Sólo el optimismo nos permitirá llegar a las verdes praderas del Serengueti, pues siguiendo al cortejo fúnebre sólo llegaremos al entierro.

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