jueves, 1 de diciembre de 2011

Mantener tu puesto en plaza

Caen por todos lados y te preguntas porqué no abandonar tu puesto en plaza. Si la victoria es imposible, porqué no abandonar la trinchera. Desertar y salvar la piel. Abandonar cualquier esperanza en el ágora y en lo ser humano, y resguardarse en las fronteras privadas de tu propia piel. Cesad tu sísifico esfuerzo por dejar tu granito de arena sobre la duna azotada por los malos vientos. Dejar de meterte en camisas de once varas y camuflarte como un borrego más entre esa minoría silenciosa que sólo se mete en sus asuntos, que defrauda todo lo que puede, que esgrime la ley cuando le beneficia y la mancilla sin reparo cuando le perjudica. Alimentarte de pan y circo. Buscar la satisfacción comprando baratijas brillantes que sólo encandilan a las urracas. Deambular como un zombie castrado con orejeras, que camina por donde tiran las riendas, al ritmo que marca su látigo, moviendo la rueda de su molino.

Pero si la derrota es tan obvia e inminente, ¿qué hacen ellos, los que aún están vivos, peleando con una determinación impensable hasta la muerte en la comuna de París, en la batalla del Ebro, en la casa de la Moneda, en la Plaza Tahin, en los campos de refugiados, en todas las colas que reparten alimentos a los que no tienen con que dar de comer a los suyos? ¿Por qué pelean? ¿Por qué no abandonan su puesto en la trinchera? ¿Esperan ganar a los bárbaros?
Fotografia: Agustí Centelles

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