jueves, 22 de noviembre de 2012

La virtud como defecto

A mi amigo, profesor de ética curtido en mil dialécticas, constante lector de diarios, con quien siempre jugué a analizar a los últimos simios, le temblaba la voz cuando su hijo pubescente le preguntó qué es la virtud.
Para mi sorpresa, en su respuesta, no recurrió a la versión aristotélica de la templanza, donde la virtud es la posición aconsejada para sostener a las pasiones entre el exceso y el defecto. Para mi perplejidad, no recurrió al catálogo teológico de las 7 cardinales: humildad, generosidad, paciencia, templaza, caridad, diligencia e, incluso, castidad, que aparecen, de uno u otro modo, reflejadas en todas las tradiciones de todos los vientos y los mares.
En cambio, tras un largo silencio manteniendo firme su mirada sobre la de su hijo y tragar saliva, le dijo:
-  La virtud es un anacronismo: En el pasado un punto donde llegar. Hoy, un defecto, que tenemos que evitar.
El joven y yo mismo, con la mandíbula inferior derrotada, mostramos nuestra sorpresa a la espera de una mayor explicación que incrementó nuestra perplejidad.
La virtud – nos comentó- es el defecto de los crédulos que creen en la actual bondad de los simios que nos rodean. Pero estamos en manos de unos gorilas que no aprecian más virtud que el poder, a los que todos rendimos pleitesía.
Son virtuosos los chinos que dominan el comercio mundial, poseen las reservas de divisas más importantes del mundo y compran vastas superficies del planeta en los cinco continentes, sosteniendo su crecimiento en equilibrio sobre el trabajo esclavo de su pueblo, niños incluidos.
Son virtuosos los rusos que condicionan la geopolítica internacional, defienden sangrientas dictaduras que masacran a sus pueblos, trafican con armas, drogas, influencias, mujeres para multiplicar el número de millonarios analfabetos que manejan este mundo.
Son virtuosos los saudís que desprecian a las mujeres que mantienen la creencias en las castas para reproducir los privilegios que les dan sus pozos crudos.
Son virtuosos los millonarios, los mercados, los especuladores que multiplican sin sentido los números que decoran sus cuentas corrientes y su insatisfacción, sin cuidado del dolor que generan sus acciones.
Son virtuosos los caudillos que gestionan lo público como si fueran sus cortijos y desvían hacia sus bolsillos privados los recursos que deben garantizar el bienestar de los suyos, sin que les tiemble la voz cuando pronuncian sus mentiras.
Si estos son los virtuosos, hijo mío, la virtud es un defecto. Si todo esto es cierto, hijo mío, la cautela, la paciencia y la templanza son defectos. Pues ante un mundo injusto sólo puede darse una virtud.

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