jueves, 1 de noviembre de 2012

¿Los ricos como fuente de riqueza?

La visión benevolente de la desigualdad económica se justifica en la idea de que las fuertes diferencias de renta y modo de vida proporciona a los individuos incentivos para su superación: Esforzarse para vivir tan bien como los ricos.
Esta visión de catequesis era la dominante cuando los economistas creían que únicamente los muy ricos ahorraban y que sin ellos no habría inversiones ni creación de riqueza. Pensaban que los trabajadores (los pobres) tendían a gastar todo lo que ganaban, pues siempre han tenido tendencia a estirar más el brazo que la manga, o siempre se les ha tenido en una situación límite que les lleva a fin de mes pendientes del ingreso de la nómina y suspirando para que no surja un imprevisto que no puedan afrontar, bien sea una reparación, bien sea una visita al médico. Los economistas clásicos, pensaban que si todo el mundo tuviera los mismo ingresos (relativamente) bajos, no habría ahorro, ni inversión, ni crecimiento económico; por lo que proclamaban que los ricos no eran importantes per sé, pero era primordial tenerlos por ahí para que ahorraran, aumentaran su capital y proporcionaran los recursos para alimentar la máquina del crecimiento económico. Se suponía que los ricos eran receptáculos para la individualización de los ahorros. No iban a gastar y disfrutar de su riqueza más que los demás, y por tanto todos los excedentes eran ahorrados e invertidos productivamente. Ignoraban estos teóricos bienpensantes el consumo suntuario, las adicciones y los productos especulativos de los últimos años, mucho más atractivo que la industria y sus escasos beneficios. Y lo llegaron a pensar de verdad y a píes juntillas.
No obstante, esta visión decimonónica del rico industrial paternalista prócer de la patria y adalid de la industria se ha reducido hoy a un manido cliché que sólo sirve para salvar algún culebrón de mediodía.
En el siglo XXI la inversión productiva que genera riqueza, empleo y multiplica las oportunidades puede financiarse a partir de los ahorros de la clase media y desarrollarse con los conocimientos y la emprendeduría de los peatones. Y, consecuentemente, el discurso machacón de la derechas y los teleteparties que justifica la reducción de impuestos para las fortunas no se sustenta en su necesidad para generar empleo, sino en la obstinada defensa de sus prebendas. La exención del IBI a la iglesia no genera empleo, la amnistía fiscal a los defraudadores no financia la administración pública, impuestos bajos o casi inexistentes a las grandes fortunas y sus sociedades diseñadas para evadirlos no tienen ninguna repercusión en el impulso de la economía productiva, sobre todo, en un país donde nuestra clase acomodada no ha sido nunca emprendedora, industrial e innovadora, sino rentista y parasita. La inyección de capital público (bien sea procedente del Banco Central Europeo o de las arcas del Estado) en los bancos mal gestionados y en quiebra no genera crédito ni al consumo, ni comercial.
Ninguna de estas medidas, que sólo hacen que los ricos paguen menos y expolian los bolsillos de los pobres para mantener sus privilegios, permitirán la salida de la crisis. Activar el consumo reduciendo el IVA, impidiendo los despidos, subvencionando la generación de empleo y haciendo que instituciones públicas de crédito hagan fluir crédito a las actividades productivas podrían ser una solución para muchos. Seguir por el camino iniciado significa subvencionar la vida regalada de las grandes fortunas ociosas, especuladoras y claramente inoperantes, adelgazar la clase media hasta su mínima expresión, negar las oportunidades a nuestro jóvenes mejor preparados, empobrecer a la clase trabajadora hasta niveles tercermundistas y hacer crecer una nueva clase de indigentes intocables sin derecho a los derechos fundamentales de nuestra carta magna.

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