lunes, 10 de enero de 2011

El alienígena interior

Contrariamente a la creencia más extendida, el mundo que habitamos no es uno, sino un conjunto de espacios concéntricos que difícil y esporádicamente tocan entre sí. A diferencia de lo que reflejan los atlas, explica la Wikipedia, o exponen las estadísticas oficiales su espacio no es continuo y su población no es constante, ni comparable.
Nuestro planeta está habitado por diferentes especies de humanoides que no tienen nada que ver entre sí, pero que en una primera aproximación, que no pretende ser completa, podemos diferenciar entre céntricos y excéntricos. Los primeros son pocos y tienden a menguar. Los segundos son muchos, en constante crecimiento y totalmente prescindibles. Pero una característica es común en los primeros y los segundos: pocos de estos pollos se reconocen como miembros del grupo al que pertenecen.
Nuestro planeta está compuesto de un espació discontinuo cada vez más homogéneo, donde la variedad paisajista y la biodiversidad son lujos superfluos, y miles de noespacios ocultos, que nadie entiende como no llegan a desparecer, a pesar de su urgencia y necesidad.
Pero la principal maravilla que ofrece nuestro planeta al visitante es la singular y equívoca interpretación que hacen los terráqueos de su posición: todos creen ser céntricos y habitar en el ombligo del mundo, cuando la mayoría de ellos son anónimos y mueren en una esquina del silencioso olvido.
Fuera de nuestro reducido campo de visión donde ocurren las cosas importantes, se proclaman presidentes, cesan gobiernos, premian a cantantes, se casan las estrellas con los magnates, vibran las almas con el último tanto del primer combate, en definitiva, ocurre la vida.
Mientras rugen los vulgares en medio de la crisis aterridos de miedo y frío, son cuarenta los ladrones, que los necios llaman mercados, los que manejan las direcciones de los vientos. Mientras mueren de hambre los niños en los desiertos, se venden mujeres en las trastiendas y se comercia con armas en los restaurantes de fino copete, los ingenuos piensan que todos los hombres tienen los mismos derechos.
Fuera de las cámaras, en suntuosos despachos de Davos, se escribe la derrota de la órbita que moverá el mundo. Ajeno a los papeles, en oscuros recovecos, se decide sobre la vida y la muerte de los humildes, de los prescindibles. Nadie se extraña del naufragio de las pateras. Nadie se estremece por la desaparición de las maquiladoras. Nadie se altera por el alistamiento de niños soldados. Nadie se sorprende por la violación constante, continua de las refugiadas. Por que ellos no habitan este planeta, son alienígenas de un espacio ajeno, pero interior. No tienen los mismos derechos que los terrícolas. No nos mueven a lástima ni aunque dormiten en los cajeros automáticos de nuestras 4 esquinitas.
Somos muy selectivos en este planeta: nos emocionamos por los nuestros, por lo cercano, por lo próximo: el gol de Iniesta, la última prima del gran hermano, una bandera o una pomada. Es una lástima no poder experimentarlo: porque si quisiéramos entrar a uno de esos salones donde se corta el bacalao, nos mirarían como un alienígena, causaríamos sorpresa y temor cual centauro; pero en ese planeta nunca quedará la impronta de nuestra huella.

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