sábado, 14 de febrero de 2015

Arriba, abajo. Izquierda, derecha

Durante años, Coco se esforzó para esclarecernos estos conceptos desde su cátedra de Barrio Sésamos, y hasta hace 4 días parecía que la diferencia entre este par de contarios era evidente. Pero justo ahora parece que el kit de la cuestión política en nuestro país estriba en definir y esclarecer que significa estás 4 posiciones espaciales y el alcance del dilema entre cada par de contrarios. Y para ayudar a Coco, deberíamos responder a 2 preguntas: ¿Todos los que se manifiestan de izquierdas lo son y todos los que dicen que no son de derechas no los son? ¿Dónde se ubican los que dicen que el debate izquierda-derecha es cosa del pasado y que sólo importa el combate entre abajo y arriba?
¿es izquierda o es derecha?
Las etiquetes siempre simplifican y reducen la esencia de las coses que quieren representar. Muchas veces la marca oculta la verdad sobre el producto que quieren vendernos.
En este sentido, los socialistas obreros hace tiempo que no representan a los colectivos que les dieron la razón de ser, ni son el referente en la batalla contra la desigualdad social, ni en la extensión de derechos a toda la ciudadanía. Perdieron en toda Europa el rumbo en los años 80 y desde entonces han permitido o impulsado continuos tijeretazos en sanidad, educación, seguridad social, prestaciones sociales y acceso a la justicia públicas hasta un nivel que hace revolverse en su tumba a todos los militantes históricos y avergonzar a muchos mayores con carnet de toda la vida. Y al mismo tiempo, durante todos estos años, han beneficiado los intereses de los oligopolios y la plutocracia para garantizarse el uso engrasado de la puerta giratoria, así como han impulsado la extensión generalizada de la privatización en cada vez más ámbitos de los servicios públicos encareciendo su acceso a la ciudadanía. Y han colaborado como cómplice aventajado de la derecha más rancia en la descomposición de la ciudadanía en grupos y grupúsculos en función de su capacidad de pago o copago de servicios que hasta ahora consideraban que debían ser gratuitos y universales, para enfrentar a los pobres contra los humildes y haciendo desertar a los trabajadores más asegurados hacia el consumo privado de sus derechos de educación, sanidad o dependencia.. Y, por tanto, han desprotegido al precariado y a los más débiles, con el apoyo de una mal entendida clase media a la que han vuelto insolidaria y que ve con buenos ojos que se recorten subsidios, creyendo que nunca les afectará a ellos, aunque todos y cada uno de nosotros, somos o seremos, por ejemplo, dependientes.
Por otra parte, las izquierdas nacionalistas, comparten con los anteriores todos los pecados antes descritos, pero además acumulan en su debe una locura propia al anteponer los sueños de la bandera (una quimérica independencia) a las necesidades diarias de las gentes que componen sus pueblos en una época de emergencia social casi de postguerra como las que nos está tocando vivir.
Finalmente, en el panorama electoral hay siglas nuevas y seminuevas que ocultan su localización en el mapa para intentar pescar los votos de los desubicados con un populismo autodenominado regenerador de la democracia: son la pareja Pimpinela de nuestro espectro político, UPyD y Ciutadans. Ambos están claramente a la derecha de todos los que se autoproclaman izquierda. Vienen a modernizar el espacio que dejo huérfano el CDS, pero como ellos son los aladids de marcar diferencias entre los que tienen poco, muy poco y nada. Los que vienen defender a las gentes de orden que afortunadamente tienen ingresos del resto.
¿Dónde se ubican los que dicen que el debate izquierda-derecha es cosa del pasado y que sólo importa el combate entre abajo y arriba?
¿Dónde se sitúa ese nuevo actor que manifiesta que ha superado el dilema izquierda/derecha porque ahora sólo importa el combate entre los de abajo y los de arriba? Claramente a la izquierda. El dilema siempre es el mismo, sólo el nombre cambia y su afirmación los identifica como parte de la izquierda real de pleno derecho. Pero una izquierda que sale a ofrecerse a los ciudadanos que no se sienten representados por la izquierda clásica del siglo XX. Una izquierda que renuncia a las banderas, a los símbolos y los eslóganes desgastados para incorporar a su electorado los desfavorecidos ajenos al ideario de izquierdas: los que sufren los golpes, pero no tienen claro de dónde les caen El trasvestismo o ocultismo del que les acusan sus oponentes es cierto. Puede ser poco ético su disfraz, pero en el calor de la batalla sería ridículo renunciar a las armas que los contrincantes siempre han utilizado; por lo tanto si el antifaz permite movilizar a los débiles abstencionistas o recanalizar el malestar de los votantes capturados anteriormente por la derecha con sus promesas de mercachifles, más que lícito, la ampliación del campo de batalla es necesaria, porque el éxito de la ciudadanía está en que sean poco los enajenados y menos los desorientados, como siempre han buscado la plutocracia y que el impulso conseguido provoque, sino un seísmo, algún movimiento.

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