sábado, 5 de abril de 2008

El amor como lengua extranjera

En el amor/desamor uno nunca comprende nada, siempre es sorprendido, secuestrado y abandonado en un nuevo territorio, en un país extranjero, donde lo que hasta ese momento era asumido como cierto, ya no sirve de nada. Aunque la experiencia es un grado, y experimento tras experimento, el caminante va armándose un pequeño diccionario útil de frases hechas que le permite, en alguna ocasión, salir del paso; y prever que si ocurre A es muy probable que suceda A’. ¿Cómo hacer comprender al otro lo que pensamos, como traducirle lo que sentimos?, si incapaces somos de entender lo propio. Nos quedamos mudos o nos brotan miles de palabras que no logran comunicar nada. Se utilizan en exceso las mismas palabras manidas, que de tanto uso quedaron vacías, o sé tiene un miedo excesivo a utilizarlas.
Pero el rapto del amor nos lleva siempre a un territorio extranjero, del que nada conocemos. Y al principio todos son verbos irregulares, excepciones a la arregla, problemas con los acentos y dificultades en la pronunciación. No hay libros de instrucciones, ni diccionarios fiables que nos permitan interpretar las señales e, incluso, los cuerpos no reaccionan como esperábamos ante nuestros dedos que tan magistralmente ejecutaban otras melodías sobre distintos instrumentos. Sólo nos salva el asombro, las inmensas ganas de entenderle.
Nuestros ojos se abren como platos, se tensan nuestros reflejos y todas y cada una de nuestras células son reacción, movidos por el anhelo de satisfacer al otro antes de que nada nos exija.
Naturalmente erramos. Pero los transeúntes humildes, pedimos consejo y traducción, y aspiramos a que nuestras evidentes ansías por aprender el nuevo idioma, sean suficiente mérito para obtener los derechos de ciudadanía en el nuevo territorio habitado: ser aceptado como nativo en su cuerpo.

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