sábado, 19 de abril de 2008

Esperando a Viernes

De nuevo, naufrago. Retorno extenuado a mi isla desierta e indómita, de la que nunca logro escapar. Agua salada, arena y salvaje vegetación donde resguardarme del temporal. Trabajar con las manos desnudas para levantar un nuevo refugio, una guarida, un hogar. Aprender a encender, de la nada, el fuego suficiente para entrar en calor. Hablar sólo, con uno mismo, intentando no volverme loco, una vez más. En débil equilibrio sobre la cuerda floja, mantenerse cuerdo.
Vacío en mi isla vacía. Sólo entre tanta gente. Pez pequeño a contracorriente en medio del cardumen. Mojado siempre hasta los huesos. Rodeado de agua por todos los lados, en medio de los flujos de los que vienen, de los que van, de los que vuelven...
Cuando broten las ganas, volveré a otear el horizonte. Descubriré el paso lejano de los mercantes, de las naves piratas, de los ensueños flotantes. Haré señales de humo, quemaré toda mi leña, me desgañitaré, cuando valga la pena.
Mientras tanto, como quizás recuerdes, en las islas desiertas el tiempo sobra. Yo entretengo mis horas trabajando en cosas inútiles: me cuento historias sin sentido, construyo teorías filosóficas que no aclaran nada, relleno de plumas mi blog, le hablo con complicidad y natural intimidad a un balón de baloncesto pinchado en un palo.
Pero del naufragio, sólo me salva la fe que te tengo, Viernes; pues sé que, más tarde o más temprano, aparecerás de la nada, como un paracaidista, para devolverme las palabras, para redibujarme en tu mirada, para recuperar mi cuerpo, para salvar mis sueños y transformarlos en gotas de rocío. Por eso espero tranquilo.

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