martes, 23 de marzo de 2010

Cualquiera puede ser pobre

Lamentablemente, cualquiera puede ser pobre, no se requieren estudios ni titulaciones para ser indigente. No existen colegios ni asociaciones que limiten el acceso a tal condición. Ningún examen u oposición regula la obtención de tal calificación. Y ni tan siguiera es necesaria la menor vocación, un simple descuido o una jugarreta del azar pueden elevarle a esta situación.
Lamentablemente, al no estar regulado el flujo, limitado el cupo, ni reservado el derecho de admisión el número de miserables tiende al infinito. Sorprendentemente, la mano oculta del mercado no regula su número, a pesar de constituir una oferta que no es exigida por demanda alguna.
Lamentablemente, la ausencia de dedicación, de uso o utilidad, e incluso de remuneración no detiene su número. Los indigentes se caracterizan por requerir de mi poca energía, de necesitar un volumen muy exiguo de inputs para reproducirse y amontonarse en los bordes más oscuros de nuestras sociedades. E, incluso, la facilidad para la pobreza de nuestras ciudades es motivo de reclamo y llamada para pordioseros foráneos, naturales de otras regiones dónde ser pobre es mucho más complicado.
Lamentablemente, se puede ser pobre en contra de los continuos y extenuantes esfuerzos que nuestra sociedad ha dedicado para exterminarlos. De nada parecen haber servido los buenos mandatos de las religiones a favor de la caridad, la asunción de la educación obligatoria, la conquista del salario mínimo interprofesional, la renta mínima de inserción, o el denodado esfuerzo diario de los servicios sociales ante la tozuda resistencia del pobre de solemnidad para no perder su intrínseca condición.
Lamentablemente, se puede mantener la condición de pobre a pesar de los cuantiosos presupuestos dedicados por las administración y los filántropos para la erradicación de esta lacra social. De nada parecen haber servido las limosnas, las ollas calientes, los aguinaldos, las cajas únicas de la seguridad social, ni los impuestos progresivos que trasladan renta de los más ricos hacia los pobres con la intención de disolver su indómita condición.
Lamentablemente, a pesar de los continuos esfuerzos públicos y privados, cualquiera puede mantenerse firme en sus trece y continuar siendo un muerto de hambre. Dejar de pagar los créditos que contrató a sabiendas de que no los podría pagar, renunciar al trabajo que no tiene, adoptar una dieta baja en proteínas y desequilibrada que le conduzca a la desnutrición, perder la casa para gozar de las estrellas como techo, o ver como se gastan las coderas de sus jerseys y se rompen las culeras de sus pantalones para adquirir esa estética grunge que tanto les gusta ostentar.
Lamentablemente, no entendemos como se esfuerzan en no ser compatibles con la multiplicación de nuestros dividendos, como se obstinan en no consumir nuestros productos, como se obcecan en no acumular riqueza, ni abrir cuentas de ahorro en nuestros bancos. Como se mantienen voluntariamente al margen de este paraíso social que hemos construido y donde, a pesar de las continuas invitaciones a entrar y medrar, rehusan morar.

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